Un amigo bien vale una quimera, y un imposible. Por eso le hicimos la diálisis al Makari, aunque él, la verdad, no estaba muy de acuerdo y yo sabía perfectamente que ese era un camino sin retorno. Por no estar de acuerdo, Makari no lo estaba nada cuanto entrábamos en la Clínica Veterinaria. Bufaba (Bufffffff... a la Vanessa, y a quien se le pusiera por delante, pero, sobre todo, a Isabel que es a quien le tocaba joderlo con tanto catéter y tanta historia... ) Buffffffff... Bufaba más que el Tigre, el gato de Isabel, que daba media vuelta y se hacía el despistado, yo no tengo que ver con esta historia, ¿vale? Parecía querer decir. La noche del 17 fue para olvidarla. Paralizado de las piernas, el Makari se desplomaba como un saco, un peso muerto, y parecía no entender nada (qué diablos me pasa, parecía preguntarme, haz algo tío, please) Y yo impotente, y él que se lo hacía todo encima, las cacas, los pipis y por fin, me dijo, vale, acabemos de una vez. Así andamos hasta las tantas de la madrugada, enmierdados los dos, cambiando cojines y toallas, limpiando culos y torturándonos mutuamente. Siempre tan elegante y tan puesto y tan limpio, pero, sobre todo, tan señorial y tan calmoso. (por ahí no paso, me dijo, vale ya de tanta mierda. Y yo, de acuerdo, decidido, de mañana no pasa, amigo)
Y así, el sábado 18 de enero de 2002, día de San Antón, patrón de los animales, te acompañé en tu último viaje. Eran las 11,30 cuando te puse la campana de la anestesia y te fuiste adormilando sin decir ay ni muy (las veterinarias bien lejos, pero a mi amigo le dejo hacer lo que quiera) Vanessa te puso un sedante por si acaso y, enseguida, la inyección de Pentotal Sódico. Y a mí los lagrimones me caían como chorros por la cara. Y Vanessa muy calladita. Y tú viajando, yéndote hacia el país de los cronopios. Bay, Bay, Makari. Doce años son muchos años, queriéndonos, jugando con el mocho, el cordel (que perseguías sin desmayo por toda la casa. ¡Bravo! Cazador indomable) persiguiéndonos mutuamente por el pasillo de casa, acorralándonos en los rincones más inverosímiles, el mejor: la estantería de las toallas de baño, tan limpias y aromáticas ellas, acechando tras las esquinas de las puertas, dejándome las manos hechos unos zorros, subiéndonos al árbol del jardín de Llansá, batallando por un quítame allá esa pechuguita de pollo que tanto te gustaba, y no digamos del jamón en dulce (le volvía loco, lo devoraba, yam yam, yam) Parecía un cuadro de Matisse. Makari en el interior de donde las toallas. Makari retozando sobre mis zapatillas. Makari meditando sobre la manta de la cama de mi hermano Jordi (a quien tenía devoción. Se aposentaba sobre sus piernas cruzadas sobre la silla y, juntos, veían a los Simpson) Makari escondido tras el ventilador, hummm, luciendo su collar azul antipulgas y su cascabel de cronopio saltarín. Makari siesteando en la esquina del sofá. Makari estudiando atentamente la próxima jugada en el tablero de ajedrez del Jordi. Makari husmeando en la cesta de la compra, metiéndose en la bolsa de viaje, escondiéndose como un espía ruso de Vladivostov. Makari jugando con el plumero de sacar el polvo de mi madre (que nunca quería que me lo llevara de vuelta a casa. No tengas prisa - decía -. Nos hacemos mucha compañía, y aquí está tan bien...)

|