La cita procede de un libro muy irregular, como corresponde a una recopilación de textos y entrevistas de diversos autores, de entre los que, de hecho, sólo unos pocos son de verdadero interés. Se trata de Los "nuevos cines"en España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta. (Edición a cargo de Carlos F.Heredero y José Enrique Monterde. Festival Internacional de Cine de Gijón / Ediciones de la Filmoteca, Valencia, 2003). En la entrevista que Alberto Bermejo le hace al escritor y cineasta Gonzalo Suárez, éste último dice, hablando del enfoque que daba al cine que hacía al principio de su carrera, lo siguiente:
"(...) Hubo un momento en que llegué a la convicción de que acabaría con el franquismo borrándolo de mi película y probablemente no deja de ser una estrategia. Me gustaría ahora, con el Aznar este, que me irrita cada vez más, me gustaría poder tener también esa actitud de borrarlo de mi película, de echarlo del mapa. No hay que tomarse a broma lo de quitar a esta gente del mundo. Hay que empezar a no verlos, como en las tribus primitivas, en las que el mayor castigo para alguien era hacer como que no existe. Y esa sensación de crear una realidad alternativa, o una percepción distinta de la realidad, para ser más exacto, diferente, que haga vivible y habitable el mundo, eso es lo que básicamente me movía y me sigue moviendo".
Una vez leído el parrafón, fui corriendo a leérselo a Teresa. Seguramente lo hice porque me resultaba jocosa la imagen intuida del personajillo, evidentemente disgustado por el desplante. Pero más tarde, reflexionando, ya al margen de la imagen divertida, me preguntaba si no era realmente eso lo que uno, con mayor o menor decisión, y consecuente (des)gracia, intenta hacer con todos los aspectos de su vida, y no solamente ese. Basta cambiar el nombre de Aznar por cualquier otro de persona o cosa que nos atosigue, y a correr...
La cantidad de gente y cosas a ignorar, no sé que pasa, va en aumento, mientras que las personas, cosas y sitios en los que irse uno refugiando, tampoco sé muy bien por qué, tienden a reducirse rápidamente. Pero ahí están. Uno de estos últimos sitios puede ser Literatuya, qué duda cabe. Otro, la Arcadia pescada en alguna que otra sesión de cine esporádica. Otro, el que enmarca a dos o tres personas que no debieran pensar en desaparecer nunca... Woody Allen, tumbado en un sofá, lo registraba en un magnetofón de la época, bajo el título de "Dos o tres cosas por las que merece la pena vivir". Él hablaba inicialmente del perfil de Manhattan, ahora seguramente desdibujado y martirizado por las llamadas "medidas de seguridad", y acababa, emocionado, con la sonrisa de ella, a la que se disponía reencontrar corriendo de forma desatada por la calle, en completo estilo Búster Keaton, que, recordemos, corría a responder a su amada en vivo cuando ésta le llamaba por teléfono.
Hay que mantener bien amueblado este mundo personal, habitable, donde no tienen cabida los cafres.
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