Está la diferencia, pero también está la distancia. Y la sordera, que no hay peor sordo que el que no quiere oír, como comentábamos con Massi la otra noche. Les podría citar algunos sordos famosos pero perdería algunos amigos. También está lo de la justicia. Ah... Vaya abstracción. Oigan, la justicia por definición no existe. Vaya descubrimiento, dirán. Demasiados cabrones repartiendo justicia. Muchos hasta viven de eso. Todo el mundo llenándose la boca. Vaya pandilla de capullangas. La diferencia se maneja mejor en una isla. Claro que siempre puedes acabar como el Capitán Nemo, chota perdido. Tiene mala prensa esto del castillo, el foso y los cocodrilos. Y el cartelito non disturb. Dicen que el animal cada vez se parece más a su amo. Otra mentira más. Yo, por ejemplo, cada vez me parezco más a mi gato. Casi como lo cuenta Julio Cortazar (Ultimo round II): los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse. Mi farmacéutica me dice que los gatos tienen una corteza cerebral reducida y que lo que atribuimos novelescamente al señorío no es más que pura limitación. ¿Será por eso que cuando Makari y yo nos damos las buenas noches, juntos los dos en la cama, me sale siempre la misma frase: vaya par de tontos? Dicen los optimistas que viajando se adquiere cultura y se pierde el miedo a la diferencia. Los optimistas suelen ser bastante ineptos pero, sobre todo, muy aburridos. Si tienes la paciencia de escucharles un rato, hasta puedes ver como se les escapa el alma y sólo queda la miseria (o la mentira). Ya lo dijo Celine: Llega un momento, en la miseria, en que el alma abandona el cuerpo en ocasiones. Se encuentra muy mal en él, la verdad. En muchos casos, además, son unos cobardes: les da miedo perder el control de la realidad y construyen las palabras con celo. Se nota enseguida. Cantan como una almeja. Créanme, lo peor no es la distancia. Sobre todo en el metro, cuando la titi te mete la teta entre las costillas y, sea un bombón o un cardo borriquero, te mira la tía como si fueras un degenerado (un degenerado aprovechado, algo todavía peor). JA, señora mía. ¡A las 8 de la mañana! Línea uno para más señas. Cuando todavía ando muerto y pienso si debo resucitar o mejor me quedo como estoy. Ahora que el mestizaje se nos viene encima, todo el mundo se pone a cantar la Traviata, tiene bemoles. Todos se parecen a Gene Hakman en Arde Mississipí. Racistas pero justicieros. Mucha lagrimilla con tanta película antirracista. ¿Recuerdan la película Adivina quién viene esta noche? Sydney Poitier es guapo, inteligente, tiene cuatro carreras, delegado de la ONU, Doctor Honris Causa en Idaho, y no sé cuantas cosas más, que de poco se le va la mano al guionista y me lo pone de presidente de los USA. ¡Acabáramos! ¡Imagínense que es empleado de Correos! ¡A la basura con él! Y ahora se remueven los cimientos de la mesa camilla cuando menganito adopta un niñito centroeuropeo o centroamericano, Nadie dice, por supuesto, ha sido decisión de los niños (los padres adoptivos, se entiende), dicen las abuelas mientras rechuflan el bigote. (¡Qué no se les ocurra adoptar a un negrito, hasta ahí podíamos llegar!). Dicen algunos que para combatir la estupidez lo mejor es el mestizaje: deleitarse con Bach y Lou Reed & Laurie Anderson, pongo por caso; con Louis Armstrong y Karmina Burana; con el Cus Cus y los mejillones al vapor, todo eso, y más que les contaría, es sinónimo de buenos modales, de cultura del progreso (JUA JUA). ¡Vaya cojones! Eso lo dicen los ricos, porque los pobres opinan que no hay nada mejor contra la estupidez que un buen montón de pasta, para, entre otras cosas, dejar el PUTO CURRELO, dejar de aguantar al JEFE DE MIERDA ESE e irse a vivir a la Bonanova o a las Bahamas. Claro que también opinan eso los ricos y por eso mismo hay pobres, permítanme que no dé más detalles, sé de lo que hablo. Allí, con su guardia de seguridad y su guatemalteca cuidando a su niñito rumano por cuatro duros, y ella dándote las gracias como si fueras Dios, claro así no tienes problemas. Y encima le das por culo al currelante sin papeles. Y no declaras el IVA. Y el IAE sí porque si no lo haces te agarran por los cojones. Ni con la compra tienes problemas. Te la trae el morenito del super y, además, le das propina. Atiéndanme. Si Dios existiera (vaya cara, si existiera, qué jeta el muy cabrón) y se decidiera a hacer algo útil de una puta vez, nos metería a todos en el arca de Noé, en plan escudella, caldo gallego, potaje de garbanzos, empedrado de judías, y ¡hala! Espabílense ustedes, que yo me jubilo. Cruce de lagartija con perro mordedor, de irlandesa con judío ortodoxo, de chino mandarín con campesina del Baix Ebre. ¿La mejor manera de perderle miedo a lo extranjero, a lo diferente? No lo crean. A cuchilladas como siempre. La pesadilla siempre es el otro. Ya lo dijo Savater (Despierta y lee), que de esto entiende un poco: Todos los seres humanos somos extranjeros y por tanto huéspedes. Ya está bien que le den por ahí al ejército (cuartelarios, podencos, borrachines). Y ahora a la monarquía. Claro que les vais dando a medida que vais perdiendo el miedo (no sois listos ni na' vosotros: así de claro, a mí no me engañáis, politicastros de mierda). Pero ¿y la patria? Manda cojones, nadie se atreve con la puta PATRIA, ¿qué ocurre, señores? ¿Qué no es políticamente correcto? ¿Qué os toca la fibra sensible (o senil), o es sencillamente que cuando la anxeneta levanta su bracito de oro, o el Camp Nou se llena de banderitas catalonias entonces se os pone dura y el chichi canta la Traviata? ¿Es eso, bandarras? Lo extraño, lo diferente, eso precisamente que tanto temen los papases de nuestra querida patria: que su hija se enamore de un betún; que su hijo/a saque a relucir la pluma. El compañero de oficina (señora y dos hijos) me dice: maricón no, por favor, eso no, por favor, cualquier cosa menos eso. Y la vecina de mi mamá le dice (de balcón a balcón), que su yerno, negro de Panamá, es muy inteligente, tiene una carrera (dichosas carreras) y una escuela de idiomas, y yo que sé cuántas cosas más, y mi mamá, oh, qué bien, ¿no? Y la vecina, que si, que patatin, patatan, aunque de pronto se queda callada la pobre, suspira y, acto seguido, emite un sollozo de sinceridad: ... pero ES QUE ES tan negro. Si no fuera tan negro, yo qué sé, mulatito, despintado... pero no, resulta que ES NEGRO, ¡negro como el betún! Y mi madre exclama, la santa, mientras vemos un partido de la NBA por la tele: ¿pero mira que rara es la vida, cómo puede haber gente tan diferente, tan negra? Para descojonarse. Y todo sin receta médica. Esto ya no entra ni en la Seguridad Social, qué cabrones, nos aprietan poco a poco.
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