LITERATUYA |
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“La aparición de Pound, en la primavera, por las Zattere, era un acontecimiento mítico. Alto, erguido, delgado, muy apuesto, cabello blanco y barba blanca, con o sin sombrero, dux surcando lentamente el aire al borde del agua, parecía venir de otro planeta o del otro lado del espejo, viejo león indomable.” En el fondo, esto es, creo, lo que le pido a todo libro que me pongo a leer: que te transmita imágenes poderosas como ésta, que se te queden grabadas. Y ésta que ofrece Philippe Sollers en su Diccionario del amante de Venecia (Paidós, Barcelona 2005) es, sin duda, una a recordar cuando, en un próximo viaje, uno recorra los Zattere. O en cualquier momento en que, por cualquier motivo, Venecia se pasee por tu imaginación. El filósofo Philippe Sollers es, sin duda, una de las que tiene asociadas a Venecia. Una imagen compartida por su mujer, la también escritora Dominique Rolin, como él ya se encarga de destacar, al incluir en el mismo libro, en la entrada del diccionario que le dedica, un pasaje de Les éclairs, una de sus novelas, en que rememora éste u otro encuentro con Ezra Pound: “(...) Su cabello blanco brilla bajo las farolas. Tiene la cabeza un poco echada hacia atrás, la mirada fija, dura, en otro lugar, cerrada, lejana. Sin ocuparse de la familia que le sigue, avanza con una economía rítmica de los músculos y las articulaciones: es lo que hacen los ancianos altos. El esqueleto –la muerte- está en primer plano. Apoyado en su bastón, marca el compás de sus pasos, firmes, apenas discontinuos. Pasa por delante de nosotros. Es claro, preciso, elegante. Su rostro barbudo y muy blanco es una construcción de espuma. Se aleja. Sube las escaleras del puente. En lo alto se detiene. Tal vez mira la orilla brillante de la isla un poco borrosa en la distancia. O tal vez mira en su interior ayudándose de la distancia. A continuación desliza su brazo bajo el de la mujer que se ha reunido con él: juntos descienden al otro lado del puente. En cuanto desaparece de nuestro campo de visión, nos vemos obligados a repetir mentalmente su recorrido. (...)”. Supongo que no será justo ahí, pero da lo mismo: Me imagino la escena descrita en el mismo puente de Venecia en que Woody Allen se hacía el encontradizo con Julia Roberts en Todos dicen I love you... Debo confesar que fui por primera vez a Venecia por la insistencia de Teresa. Me resistía un montón. Tenía un miedo atroz a ese escenario de masas turísticas, embelesadas por el momento decisivo que estaban pasando y por las postales “artísticas” que iban a perpetrar, para recordarlo, con sus cámaras. Pero, junto al agobio (excepción hecha de una madrugada a recordar) de la Plaza San Marcos y alrededores, vi que se podía obviar todo eso, yendo por otras zonas, que descubrí vivas, de verdad, y entre éstas el Dorsoduro, cruzando el puente de la Academia. A la segunda visita ya fui con la determinación de vivir lo más posible por esa zona, y ciertamente tomar el solecillo por los Zattere o ver pasar de repente un barco descomunal, increíble, por el canal de la Giudecca, se demostró algo grande. Con satisfacción leo ahora que Philippe Sollers cuenta, dando explicaciones no demasiado divergentes de las mías, el porqué ésa es su zona, donde ha pasado no el par de semanas acumulando tiempo (¡ay!), de un servidor, sino largas estancias durante muchos años. Ni que decir tiene que reafirmaciones de tus ideas de este tipo son las que le hacen a uno comprar un libro... Un aviso para navegantes, no obstante: No es que el libro de Sollers esté lleno de imágenes de éstas, que permiten ser mantenidas permanentemente asociadas a Venecia. De hecho, las entradas del diccionario sobre lugares concretos de la ciudad (las iglesias, los Zattere, el Arsenal) son escasas, y son los pintores, los músicos y, sobre todo, los escritores relacionados con Venecia sus principales protagonistas. Más que un diccionario sobre Venecia, pasa a ser, entonces, un diccionario sobre las impresiones que Venecia y sus artistas han causado en otros artistas. Todo, con una tesis precisa: frente a los ciegos definidores de Venecia como tópica y melancólica metáfora de la decadencia, de la muerte, se encuentran los (pintores, músicos, escritores del pasado o actuales) que reconocen en ella la potente energía de la resurrección. Aún sin muchas de esas imágenes para echarse al talego, la semilla ha fermentado en terreno válido. En esta misma colección se encuentran el Diccionario del amante de la India, de Jean Claude Carrière, y el Diccionario del amante de Grecia, de Jacques Lacarrière. Intento seguir las cosas de Carrière en todo su amplio espectro, pues llegan muy fácil y satisfactoriamente, por lo que habría escogido el primero, pero como no he estado nunca en la India ni tengo intención, por el momento, de ir allí de forma inmediata, me he comprado el segundo, aún –confieso mi ignorancia- desconociendo por completo a Lacarrière. De Carrière a Lacarrière. Continuará, pues. de
Juan Manuel García Ferrer |
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