Cuando abrí la puerta del Future y te vi sentada en el taburete, tomando una cerveza en esa postura accidental que tanto me seduce, me emocioné como si nuestro encuentro todavía fuera un deseo construyéndose a sí mismo y no una realidad palpable.
Me quedé atrapado en la fascinación de aquel instante. El amor debe ser esto. También debe ser muchas cosas más, pero después de tanto tiempo, ese vuelco aquí dentro, entre el esternón y las vísceras, las pobres siempre tan olvidadas, tenía tu nombre y apellidos, tu D.N.I., tu sonrisa. Querida, my darling, eres como el colesterol bueno. Una aparición. Entras en la habitación con una copa de champan en cada mano, enciendes la vela de ese candelabro que se arquea como una luna, y me haces el amor. Después de tanto tiempo. Descansando en la cábala de tu presencia, aterriza en mi mente, como un relámpago, el mensaje desesperado de Franz a Felice: daría cualquier cosa por mirarte a los ojos. Pienso en lo afortunado que se puede llegar a ser cuando el corazón se pone de acuerdo con el hueso sacro y envía una página web cargada de pasión a la zona pélvica. Es como veranear en la luna; en el mar de la tranquilidad. ¿Sabes?, la seducción sin desesperación sabe mejor. Los recuerdos están bien para las estanterías y el álbum de fotografías. El pasado se cuenta por días, el presente por palpitaciones. No renuncio a la bonanza de los recuerdos pero prefiero la vida. La vida hay que tomarla sin miedo y, además, resulta más fácil de lo que siempre nos habían contado. No hay que creerse todo lo que dicen. No hay que esperar. Que esperen otros. Verás
durante mucho tiempo pensé que me habían robado el futuro. Con el pasado no hay problemas. Siempre está ahí, dando la lata. Lo cuentas, te ríes y ya está. El futuro, sin embargo siempre me lo cambiaban de sitio. Cuando abrí la puerta de cristal del Future, y me acerqué, y te di un beso, apenas te rocé los labios. En realidad te besé los ojos, esos ojos sombreados por el trazo de nuestras noches inolvidables, con tanto mar y sin abismo. En realidad besé tu cuello, tu vientre, tus pies. Atrapé ese instante con el puño como a una mariposa rara avis que, lo sabes muy bien, difícilmente volverás a descubrir. Ciertamente, como si el futuro volviera a ser mi amigo y estuviera otra vez donde debía. Es decir, esperándonos con esa sonrisa porosa, azul y rosa, con nubes de cartón pintadas con lápices de colores y ángeles regordetes revoloteando, plis plas, sobre nuestras cabezas. Sí, como el colesterol bueno: ese cielo plano y recortable de nuestros cuentos y fantasías de adolescencia y juventud que, afortunadamente, hemos sabido conservar para generaciones futuras, es decir, my darling, para nosotros.
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