Cuenta Jordi Sabatés que Luís Buñuel y Federico García Lorca acudieron a ver El moderno Sherlock Holmes (Buster Keaton, 1924) a la Cinemateca Francesa, en la sala de la calle Ulm. Quedaron entusiasmados, y, producto del entusiasmo, Federico escribió un poco conocido El paseo por Buster Keaton, que
Sabatés musicó.
Voy a la estantería de cine, pesco rápido el librito que Jos Oliver y José Luís Guarner editaron con el nombre buñueliano de esta Arcadia, en la serie de cine que Joaquín Jordá dirigió para los Cuadernos Anagrama. Sí, de los marrones pequeñitos, del tamaño de los Cuadernos Marginales, ambos de esos con los que te hacías, camino de casa, en regreso solitario de cualquier salida nocturna por los años 70, en la librería del Drug Blau de la Plaza Lesseps, pensando en acabar la noche dando buena cuenta del librillo. Doy de inmediato con la pieza de Lorca. Es rara y agitada como la música que le ha puesto Sabatés. A ratos es dinámica y alocada como el slapstick, pero también contiene un retrato certero del rostro de Keaton: "Sus ojos, infinitos y tristes, como los de una bestia recién nacida, sueñan lirios, ángeles y cinturones de seda. Sus ojos, que son de culo de vaso. Sus ojos de niño tonto. Que son feísimos. Que son bellísimos. Sus ojos de avestruz. Sus ojos humanos en el equilibrio seguro de la melancolía (
)". Pero no quería yo ahora escribir sobre Lorca, a quien desconozco a fondo, ni sobre Buñuel, sino de la escena final de Sherlock Junior. Nuestro héroe está en la cabina en la que ejerce de proyeccionista, la trama finiquitándose, porque la chica ha llegado hasta él, rendida. Solo falta el beso final y la promesa de un futuro esplendoroso. Él, inexperto y tímido, no sabe cómo actuar. Mira por la ventanilla de la cabina hacia la pantalla donde, en ese mismo momento, el galán coge de los hombros a la protagonista. Emulación inmediata, con éxito, de Buster Keaton en la cabina. El siguiente paso también se lo muestra la pantalla (¡para que luego digan que el cine no enseña nada!), y Keaton coge las manos de la chica: mayor éxito aún. Va a emular el estrepitoso beso que funde a las dos figuras de la pantalla en una, y el espectador real (no el de la simulada sala del film) ya empieza a levantarse de su butaca ante un tan perfecto "FIN", cuando Keaton advierte que un fundido en negro ha dado paso a una escena en la que unos cuantos niños revolotean alrededor de la pareja, ya pasados los años. La cara de un Keaton paralizado e indeciso, algo angustiado, contemplada tras la ventanilla de la cabina de proyección, cierra definitivamente las imágenes de la cinta. Con razón Buñuel señalaba a Buster Keaton como magnífica prevención contra toda infección sentimental
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