Arcadia también esta noche
LAS CRIATURAS DE ROHMER Y DE PIALAT HAN CRECIDO
de Juan Manuel García Ferrer
Ella debería tener unos esplendorosos dieciséis años cuando Maurice Pialat hizo pivotar a su alrededor A nous amours (1983). Después apareció a regañadientes en un papel secundario de Police (1985) y en Sous le soleil de Satan (1987), otras dos películas de Pialat. Cuentan las crónicas que entre los dos había una relación de esas explosivas, y que en la onda expansiva de una de esas explosiones, Sandrine Bonnaire se alejó casi definitivamente. Luego, cuando murió Pialat, seguro que se lamentó de no haber mantenido la relación con quien la descubrió para el cine. El lamento habitual de los hijos cuando se dan cuenta de que se les acaba de morir su padre.
Fabrice Luchini, por su parte, salió en un montón de pelis de Eric Rohmer. Casi siempre en un papel de niño pijito, fardón, charlatán redomado hablando hasta por los codos. Papeles de esos que te hacían preguntar si Rohmer quería a sus personajes o se burlaba inmisericorde de ellos, poniéndolos a caldo. En Un árbol, el alcalde y la mediateca le recuerdo como un político no demasiado escrupuloso, que iba a su bola. O, si no era él, podía en cualquier caso serlo con todas las de la ley. Luego se acabó Rohmer.
Puestas así las cosas, el ir a ver Confidencias muy íntimas tiene algo de acudir a un reencuentro con personajes familiares, para saber qué ha sido de ellos. Aunque la película sea de Patrice Leconte, persona non sancta para los de Cahiers du cinema o los de Les Inrockuptibles (es decir, para los que ensalzan siempre a Eric Rohmer y a Maurice Pialat), y aunque la conclusión del embolado puede llegar a darles la razón si acentúan sus envenenadas críticas, yo creo -la familia es la familia- que vale la pena, que es hasta obligado, ir a ver a Sandrine Bonnaire y Fabrice Luchini.
¿Qué cómo están? ¡Ah! No os preocupéis. Están bien. A ella se le ha agudizado aún más su cara y figura aguileña, pero puede seguir pasando por devora-hombres. Él un poco más llenito, niño crecido, que incluso conserva sus juguetes en el despacho.
A Leconte parece que le van los rollos estos de gente solitaria: le deben parecer novelescos y cinematográficos. Ya rodó El marido de la peluquera o Monsieur Hire, en la que se veía, por la disposición de un yogur, que su protagonista solía frecuentar a oscuras la ventana de su habitación, para seguir las vidas de los de enfrente. Ahora, en Confidencias..., el personaje de Luchini también mira cuando oscurece a las ventanas del hotel de enfrente, en las que se le ofrecen todas las alternativas: una pareja feliz, otra discutiendo o, la que puede ser su sino, un viejo viendo la televisión.
Así por la mitad del metraje, la cosa, acentuada por la extraordinaria música, a lo película de género de Truffaut con mucha pasión dentro, va imparable hacia un destino clásico de cine negro. Fabrice Luchini y Sandrine Bonnaire sorprendentemente –dada la diversidad de los tipos-, siguen citándose y viéndose, y....
de Juan Manuel García Ferrer
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