Makari en la silla de mimbre de la terraza, mirando al infinito de tejados y antenas y ropa tendida, filosofando vete a saber qué. Makari saliendo de la bañera después de beberse toda el agua del municipio y mirando a la cámara. Makari despertándome a las nueve de la mañana
(macho, ya es hora de levantarse) conduciéndome, señalándome el camino al plato vacío de la comida, a la bañera (tengo sed, compañero), a la puerta corredera de la terraza (ábreme, camarada, que quiero saludar al mundo). Makari en su cesta, junto a su mascota de toda la vida, el osito sin nombre. Se lo tiraba por las noches y lo tenía aburrido (y deshilachado) de tanto achuchón y tanto amor. No tengas otro gato, Arturo, no vale la pena - me dicen -. Luego se sufre mucho. ¿Pero en qué estamos, muchachos? ¿Tanto miedo le tenéis a la vida? Esto es el rollo y la gracia de nuestra pueril existencia, pero es que eso es lo que tenemos, y a disfrutarlo, a las duras y las maduras. Bay, Bay, Makari, te echaré de menos, pero qué bien que lo hemos pasado juntos. "Porque gato y yo - decía Julio - somos como los gusanitos del Yin y el Yang interesándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera de agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido. Los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse. Los egipcios llegaron a enterrar a sus animales, sobre todo a los gatos, porque pensaban que también ellos tenían alma. Vete a saber. ¡Será por los conocimientos que tenemos nosotros del alma! (por los burros que dejamos que nos gobiernen, el eje de la estupidez, el burro, el asno y la madre que los parió) que ni siquiera enterramos con dignidad a tanto muerto que aparece en la televisión. Y como yo no soy gitano ni traductor internacional, Manel, Conchi, Andreu y Ana nos regalaron al Makari cuando apenas tenía un mes. El 7 de septiembre de 1990, nos escribieron una preciosa nota que todavía guardo en mi álbum de fotografías. Una nota escrita con caligrafía escolar, que decía lo siguiente: Loli y Arturo:
Una vez llegó a nuestras manos un gatito. Era rubio y con ojos marrones.
Un día se fue de nuestra casa, y lo añoramos, hasta que un día llegó otro gatito rubio y blanco.
Ayer decidimos regalaros el gato, muy querido y significante para nosotros.
UN REGALO MUY ESPECIAL Y DESEARÍAMOS QUE LO ACEPTEIS.
Y, debajo, la firma de los cuatro. Bay, Bay, Makari. Como ya sé que no existen el cielo ni el infierno (acaso aquí sí), sé muy bien que estás en el país de los cronopios Y como buen cronopio cada vez que encuentres una tortuga, sacarás la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujarás una golondrina. Porque los cronopios sois así, anarquistoides, iconoclastas, imaginativos. Y como buen gato cronopio, cuando necesites hacerte una fotografía, para el álbum de fotos de los cronopios, acudirás - lo sé muy bien - a un Fotomatón y te harás retratar en la forma siguiente: las cuatro primeras fotos muy serio, como sólo tú sabes hacerlo, y la última sacando la lengua. Esta última sé que te la guardarás para ti (y que me enviarás una copia por mensajería cronopia) y estarás contentísimo con esa foto. 
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