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informe 481
TU DIBUJO ES PAUSADO COMO EL DE MATISSE
(Makari ya está en el país de los cronopios)

de Arturo Montfort

Un amigo bien vale una quimera, y un imposible. Por eso le hicimos la diálisis al Makari, aunque él, la verdad, no estaba muy de acuerdo y yo sabía perfectamente que ese era un camino sin retorno.

Por no estar de acuerdo, Makari no lo estaba nada cuanto entrábamos en la Clínica Veterinaria. Bufaba

(Bufffffff... a la Vanessa, y a quien se le pusiera por delante, pero, sobre todo, a Isabel que es a quien le tocaba joderlo con tanto catéter y tanta historia... )

Buffffffff...

Bufaba más que el Tigre, el gato de Isabel, que daba media vuelta y se hacía el despistado, yo no tengo que ver con esta historia, ¿vale? Parecía querer decir.

La noche del 17 fue para olvidarla. Paralizado de las piernas, el Makari se desplomaba como un saco, un peso muerto, y parecía no entender nada

(qué diablos me pasa, parecía preguntarme, haz algo tío, please)

Y yo impotente, y él que se lo hacía todo encima, las cacas, los pipis y por fin, me dijo, vale, acabemos de una vez. Así andamos hasta las tantas de la madrugada, enmierdados los dos, cambiando cojines y toallas, limpiando culos y torturándonos mutuamente. Siempre tan elegante y tan puesto y tan limpio, pero, sobre todo, tan señorial y tan calmoso.

(por ahí no paso, me dijo, vale ya de tanta mierda. Y yo, de acuerdo, decidido, de mañana no pasa, amigo)

Y así, el sábado 18 de enero de 2002, día de San Antón, patrón de los animales, te acompañé en tu último viaje. Eran las 11,30 cuando te puse la campana de la anestesia y te fuiste adormilando sin decir ay ni muy

(las veterinarias bien lejos, pero a mi amigo le dejo hacer lo que quiera)

Vanessa te puso un sedante por si acaso y, enseguida, la inyección de Pentotal Sódico. Y a mí los lagrimones me caían como chorros por la cara. Y Vanessa muy calladita. Y tú viajando, yéndote hacia el país de los cronopios.

Bay, Bay, Makari. Doce años son muchos años, queriéndonos, jugando con el mocho, el cordel

(que perseguías sin desmayo por toda la casa. ¡Bravo! Cazador indomable)

persiguiéndonos mutuamente por el pasillo de casa, acorralándonos en los rincones más inverosímiles, el mejor: la estantería de las toallas de baño, tan limpias y aromáticas ellas, acechando tras las esquinas de las puertas, dejándome las manos hechos unos zorros, subiéndonos al árbol del jardín de Llansá, batallando por un quítame allá esa pechuguita de pollo que tanto te gustaba, y no digamos del jamón en dulce

(le volvía loco, lo devoraba, yam yam, yam)

Parecía un cuadro de Matisse. Makari en el interior de donde las toallas. Makari retozando sobre mis zapatillas. Makari meditando sobre la manta de la cama de mi hermano Jordi

(a quien tenía devoción. Se aposentaba sobre sus piernas cruzadas sobre la silla y, juntos, veían a los Simpson)

Makari escondido tras el ventilador, hummm, luciendo su collar azul antipulgas y su cascabel de cronopio saltarín. Makari siesteando en la esquina del sofá. Makari estudiando atentamente la próxima jugada en el tablero de ajedrez del Jordi. Makari husmeando en la cesta de la compra, metiéndose en la bolsa de viaje, escondiéndose como un espía ruso de Vladivostov. Makari jugando con el plumero de sacar el polvo de mi madre

(que nunca quería que me lo llevara de vuelta a casa. No tengas prisa - decía -. Nos hacemos mucha compañía, y aquí está tan bien...)

Makari en la silla de mimbre de la terraza, mirando al infinito de tejados y antenas y ropa tendida, filosofando vete a saber qué. Makari saliendo de la bañera después de beberse toda el agua del municipio y mirando a la cámara. Makari despertándome a las nueve de la mañana

(macho, ya es hora de levantarse)

conduciéndome, señalándome el camino al plato vacío de la comida, a la bañera (tengo sed, compañero), a la puerta corredera de la terraza (ábreme, camarada, que quiero saludar al mundo). Makari en su cesta, junto a su mascota de toda la vida, el osito sin nombre. Se lo tiraba por las noches y lo tenía aburrido (y deshilachado) de tanto achuchón y tanto amor.

No tengas otro gato, Arturo, no vale la pena - me dicen -. Luego se sufre mucho. ¿Pero en qué estamos, muchachos? ¿Tanto miedo le tenéis a la vida? Esto es el rollo y la gracia de nuestra pueril existencia, pero es que eso es lo que tenemos, y a disfrutarlo, a las duras y las maduras. Bay, Bay, Makari, te echaré de menos, pero qué bien que lo hemos pasado juntos.

"Porque gato y yo - decía Julio - somos como los gusanitos del Yin y el Yang interesándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera de agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido. Los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse.

Los egipcios llegaron a enterrar a sus animales, sobre todo a los gatos, porque pensaban que también ellos tenían alma. Vete a saber. ¡Será por los conocimientos que tenemos nosotros del alma!

(por los burros que dejamos que nos gobiernen, el eje de la estupidez, el burro, el asno y la madre que los parió)

que ni siquiera enterramos con dignidad a tanto muerto que aparece en la televisión.

Y como yo no soy gitano ni traductor internacional, Manel, Conchi, Andreu y Ana nos regalaron al Makari cuando apenas tenía un mes. El 7 de septiembre de 1990, nos escribieron una preciosa nota que todavía guardo en mi álbum de fotografías. Una nota escrita con caligrafía escolar, que decía lo siguiente:

Loli y Arturo:
Una vez llegó a nuestras manos un gatito. Era rubio y con ojos marrones.
Un día se fue de nuestra casa, y lo añoramos, hasta que un día llegó otro gatito rubio y blanco.
Ayer decidimos regalaros el gato, muy querido y significante para nosotros.
UN REGALO MUY ESPECIAL Y DESEARÍAMOS QUE LO ACEPTEIS.
Y, debajo, la firma de los cuatro.

Bay, Bay, Makari. Como ya sé que no existen el cielo ni el infierno (acaso aquí sí), sé muy bien que estás en el país de los cronopios

Y como buen cronopio cada vez que encuentres una tortuga, sacarás la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujarás una golondrina. Porque los cronopios sois así, anarquistoides, iconoclastas, imaginativos.

Y como buen gato cronopio, cuando necesites hacerte una fotografía, para el álbum de fotos de los cronopios, acudirás - lo sé muy bien - a un Fotomatón y te harás retratar en la forma siguiente: las cuatro primeras fotos muy serio, como sólo tú sabes hacerlo, y la última sacando la lengua. Esta última sé que te la guardarás para ti

(y que me enviarás una copia por mensajería cronopia)

y estarás contentísimo con esa foto.

y muchos besos y recuerdos de Loli y Esmeralda, que te han querido tanto.

Barcelona, de Artur Montfort, 18 de enero de 2003
día de San Antón, patrón de los animales.


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