(¡señor!, me reclama desde la galería, hurgando en sus instrumentos de cirugía electrodoméstica, mientras yo estoy regando las plantas, no sea que me confunda con el amante sarnoso de la ama de casa, y también por aquello de las apariencias, practicando alguna tarea útil en consonancia con las circunstancias, ¡Ya esta listo! remata. Era.... bueno, para qué contarles. Les pasaría lo mismo que a mí. ¿A quién no le falla una válvula al regreso de unas vacaciones pasadas por agua?
Fatigado por tanto deterioro doméstico, necesitado de aire fresco, quedo con mi amigo Bardinovi para que comparta conmigo una tregua consistente en cine, copa y divagaciones varias. Como somos moderadamente valientes (bueno, él un poco más que yo, dejémoslo en que Bardi es John Wayne y el menda James Stewart), vamos a ver Ineesfree (1990), esa reliquia para cinéfilos de José Luis Guerín, nuestro documentalista por excelencia (para quien no esté al loro, su última película es En construcción). Compro las entradas y me coloco disciplinadamente en la cola mientras sigo leyendo a Bukowsky. "Yo no amo a la humanidad" dice nuestro clochard más marrano, en la página 69 de un librito absolutamente prescindible llamado Lo que más me gusta es rascarme los sobacos (un libro con entrevista, oportunista donde los haya, 110 páginas, aburrido y repetitivo). Lo cierto es que las historias de Bukowsky atrapan y desperezan, pero llega un momento que llegan a cansar. Puedo, sin embargo, estar de acuerdo con la afirmación del señor Chinasky, Hank para los amigos, sobre la tal humanidad, pero cambio rápidamente de opinión cuando una mujer se abalanza sobre mí y me suelta a boca de cañón, oye, perdona, ¿tú eres del Inem? Me la quedo mirando tratando de encontrar la foto de su cara entre las 400 fichas de mi archivo de personal, sin resultado alguno. Tiene cabellos castaños tirando a caoba y ojos claros. (no me pregunten por qué, pero me recordó a Isadora Duncan. Luego comprobaría que, además de gran bailarina, es un torrente de vitalidad y una conversadora infatigable) pero en ese momento me quedé únicamente con la aparición de sus ojos claros a la luz de la noche. Me dijo, "mira, me manda Manuel Bardavio, que no puede venir, que le ha salido un contratiempo a última hora y vengo yo en su lugar, si no te importa". Créanme cuando les digo que no dijo exactamente eso, pero era lo mejor que podía haber dicho, esa es al menos mi modesta opinión. Repuesto de la sorpresa, acaricié la idea, por supuesto. Poco importaba que dijera que me había reconocido por la descripción de mi camisa siendo, como era, totalmente imposible que Bardavio supiera que camisa llevaba yo esa noche, pero ya lo dijimos en el informe anterior, que no hay peor sordo que el que sólo desea oír lo que le interesa, y claro, Isadora, cuando me vio venir se apresuró a deshacer el entuerto señalándome, cinco metros más arriba de la calle Torrijos, a Bardinovi, acompañado de una rubia de metro sesenta y ocho, y entonces entendí la broma. Claro que con un resistente como yo, dispuesto a ver un documental de Guerín no valen bromas. Después de reír el gag, la broma, o como queramos llamarlo, me quedé con lo puesto, es decir, con Bardi que, al fin al cabo, es un tipo suficientemente diabóliko como para que uno no tema aburrirse y al que, además, se le puede perdonar todo (bueno, casi todo) incluso que te ponga un caramelo en la boca y ¡zas! te lo arrebate justo cuando aparecen los títulos de crédito, ya saben, es una forma de hablar.
|