¿Y qué pasa cuando el corazón se rompe? ¿A quien te quejas? Tengo una carpeta azul, atada con cintas rojas en la que un día puse como título:
GARANTÍAS VARIAS. En ella guardo la garantía de mi ordenador, de mi fax y del microondas.
Atesoro de todo: tiques de compra, poesías de amores rotos, notas de prensa, recetas de cocina, teléfonos olvidados. Ahora me empeño en buscar el dichoso certificado, la garantía del corazón, pero estoy recordando que no… Nadie me entregó un documento parecido para este músculo, que cuando sufre se deforma y tampoco venía con instrucciones de manejo. Aprendí solita a utilizarlo.
Si lo rompen no hay recambio. Si un crío despistado le mete un balonazo, no
hay indemnización por responsabilidad civil. Tras el anterior desastre pensé
contratar un seguro pero al final, se me fue el corazón en otras cosas.
Además ¿qué haría? Hablaría en el Ocaso para ver si envían un perito. Y
éste, muy técnico, seguro que se encogería de hombros y anotaría en su
formulario:
-El expolio de este órgano no es causa justificada de resarcimiento
afectivo.
-El siniestro correrá a cuenta del asegurado. Su póliza consta de una
cláusula que exime a los tomadores de la reparación de la víscera, toda vez
que el asegurado no hubiera o hubiese observado las medidas preventivas
pertinentes, evitando así los predecibles desastres naturales causados por
un descuido de tamañas proporciones.
Y se quedan tan frescos y yo tan valiente.
Pues no me apetece ser valiente, mire usted. Ahora quiero que en mi mente
llueva.
Claro que, tengo un perfecto collage dentro: circuitos integrados resoldados
con pasiones, pedacitos de espejos tintados para reflejar mis alegrías y
rechazar las imágenes hirientes, coraza construida con sólida arquitectura
cañí, del sexto decenio del siglo XX. Pero cuando una tiene ganas de
tormenta, ¡que narices! Lo mejor es buen chaparrón de la mente.
Voy a salir en mitad del aguacero, total, ya tengo empapadas las entrañas.
Hay que ponerse en circulación, recorrer nuevas autopistas y viajar por
otros ramales. Pisando a fondo, sin miedo al acuaplaning. (Ya estamos de
nuevo planificando desastres). Y como en alguna parte leí, enviaré mi mente
a la M-30.
Recogeré mis trastos. Haré un hatillo con lo básico: algo de dulzura, un par
de kilos de pasión y unas bolsitas de añoranzas, pondré unas bolas de
alcanfor en el armario de los recuerdos y abandonaré el corazón vacío.
Puedo alquilarlo por una módica cantidad, venderlo o traspasarlo. No estaría mal sumarme a la cultura de los okupas o bien seguir los dictados de la moda y buscar un corazón-dormitorio, con encanto, en algún extrarradio. Un pequeño espacio en el que asentar mis posaderas y mi alma, recibir a las visitas -pocas, que no estoy para derroches- ponerme a escupir letras sin ton ni son y esperar a que escampe o a que me llames.
© de Sira

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