A menudo me ocurre que inmersa en este vertiginoso ritmo de trabajo me resulta totalmente imposible contestar mi correspondencia dentro de ese período de tiempo que la cortesía recomienda . Y no solo eso, teniendo en cuenta el desorden de mi estudio, torres de libros, folios y carpetas por el suelo, mesas abarrotadas de papeles, sobres etc. las cartas acaban perdiéndose indefensas en esta especie de selva en la que trabajo y cuando encuentro un hueco de tiempo para poder contestarlas , tan sólo logro atrapar vagos retazos de su contenido, fragmentos de frases cuyos remitentes confundo. Todo se entrecruza en mi fatigada cabeza de tal modo, que no sé a ciencia cierta qué he de contestar a ésta o aquella persona, o quien me ha preguntado qué.
No es extraño que en este caos me dirija a algunos de los remitentes guiada por el azar de mi desmemoria, contestándoles a cuestiones que en realidad tal vez nunca me han formulado, mezclando identidades y temas en un disparatado tiovivo.
Paradójicamente, este constante desastre en la organización de mi correspondencia es hasta ahora bien soportado por todos aquellos que a pesar de mi salvaje comportamiento me siguen escribiendo largas cartas en la que me comunican todo tipo de temas, venturas y desventuras. He llegado a pensar incluso, que todos ellos, resignados al lamentable estado de mi cabeza, esperan ilusionados mi carta de respuesta , leyendo con ansiedad cual es la nueva identidad que les he adjudicado, como si todos ellos fueran actores e interpretaran cada vez un papel diferente, ahora como librero, luego como fontanero, periodista, traductor, agente de la autoridad, admirador, carnicero ó ex amante despechado.
© Julia Otxoa

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