SIRA
Si, emulando a Neruda, respondo a la pregunta de como soy, diría yo que: gatuna no sólo de nacimiento, también de mirada. Sin ser robusta mi nariz -que para eso ya está el busto- confesaría que soy ancha del apéndice nasal. Por cierto, que sobrevivo sin otros apéndices: intestinal desde los veinte, y marital desde los treinta y cinco; ambos extirpados, sin traumatismo alguno, si se exceptúan algunos puntos de sutura y un abdomen algo más abultado. Sí, también por culpa del marital. Soy de cabello voluble, que no de corazón. Piel suave, lechosa y delicada, necesitada de potingues reparadores y peelings de besos. Grandes manos, muy útiles en abrazos maternales, aunque luego, si el abrazo se torna apasionado, mis manos, brazos, nariz, piernas y resto de miembros se achican, para ser fácilmente mecidos.
Arquitectura cañí de principios de los sesenta, con lo que eso conlleva: incrédula de dioses crucificados, confiada en palabras de amores extravagantes, díscola ortodoxa y voluptuosa con tendencias ascéticas. Todo ello fruto de una cuidada educación católica y formal.
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