SILVIA E. DRUMOND
Todos los días dejas la taza del café medio llena, medio vacía. Antes de dormir pegas los pies descalzos sobre una pared inerte que ha de dividir tus amaneceres de tantos ocasos, dibujando en tus plantas monigotes malformados que vulneran la piel blanquizca de todos los muros
Cuando no termina por llegar el sueño, le picas los ojos, le revientas los oídos con historias de amores muertos o canciones marchitas, lo embriagas de cansancio y le permites sermones con la memoria, pero cuando todo esto no lo hace flanquear tu infinito y empapar tu mente de ensueños, espectros e imaginerías, le robas todas sus horas a la soledad sin mirar ahogado en la pared al tiempo.
Te sueltas el cabello cada vez que le pides te acaricie, los mechones cobijan tu espalda entera, te hormiguean en los hombros, rozan tus mejillas, abrazan tu pecho y suaves descansan en las líneas de tu cuerpo.
Cada que cierras los ojos devienen bólidos fugaces a tu espacio donde eres un ente iluminado y minúsculo
y en las venas te punzan palabras y por las venas la sangre te envenena de elegías. En tus ojos te leo.
Fractada piel de los sentidos
lleva aguda una pasión anárquica que lo mismo te deja ver como una ingobernable sin mutismos, testaruda e incendiaria, que como una niña de voz menuda, bastante distraída y nerviosa que sucumbe igual frente a un son del Niño Rivera que ante un ejemplar inédito de teología
eres una foto vieja en la mesita, el regalo en un marzo de sol para tus viejos, la voz gélida del teléfono, un recuerdo emotivo en algún corazón, un dolor palpitante para alguna memoria
Fría tantas veces como sensible, impenetrable tantas veces como efusiva
Miras por la ventana
a veces la abres, a veces la brincas, a veces rompes los cristales y danzas entre los vidrios rotos
a veces sólo cierras las cortinas
Tienes recuerdos minando tristezas, tristezas buscando ilusiones: quimera del sueño sobre la almohada. Llevas dentro una apología de ti misma que pocas veces desea ser escuchada
antes que eso, revistes por la entraña al firmamento donde ahogas tus amnesias.
Una noche quieta. Tú recostada en la cama infantil haciendo una pelotita con las manos. Un librito café con no más de 100 hojas. Unas letritas amarillas que dicen El viejo y el mar .Tus manos nerviosas parecían ya no estar tan solas
y después empezaste a imaginar, y después pretendiste recrear
todo aquello que tu edad te permitía: la iglesia en el pueblo ataviada de colores y listones adornados; el camino de la escuela, el juego pueril con tu desierto.
Corriendo como hormiguita, mordiendo como león. Agradecida por dar todos los días una bocanada, un soplo a la existencia (porque hace falta más para merecer la vida).
Más imposible que realista, más caótica que cáustica, pocas veces concisa o entendida...sin prisas, sin borrones a la vida... ecléctica, nostálgica y agnóstica...ella no siempre se parece a ella
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