El estupor final de los aviones
contra los rascacielos oficiales.
El ser es en el umbral de mi casa
la única materia en el poema.
El ser, sus pócimas en alabastros,
sus malvas y sus rústicos placeres.
Como un álabe, corvado hasta el suelo,
mordiendo el polvo de los traficantes.
Mi fábrica de armas rinde un mazo,
un tirso refulgente y diamantino
para el primer caudillo o adalid,
el primer gato sin dueño que invente
un modo benévolo de dar muerte
a más de un contingente de los suyos.
El estupor final de los aviones
contra los rascacielos oficiales.
Un beduino en las montañas se enroca
en lenta jugada de inmolación.
Retira de mí tus ojos implora
David, rey de los judíos. Su hijo
Absalón ha sido abatido lejos
por un misil contra su cabellera.
Pasaremos la noche en la covacha
moviendo peones y algún caballo.
Y nos sorprenderá la madrugada
debajo del manzano, ya sin frío.
Un manojo de flechas incendiarias
liquidará el paso de las memorias.
¡Huye, amado, encomiéndate a tu estirpe!
Sube al desierto y bebe en sus ciudades.
Allí aguarda el mosto de mis granadas,
para calmar tu sed mis labios muerde.
Las mandrágoras exhalan perfumes
y lo que fue es lo mismo que será.
Lo que se hizo, lo mismo que se hará.
Todo bajo la insignia de la nada.
¿Por qué mi voz de alacrán en estanques
subterráneos, en aljibes de Alá?
No hay recuerdo eterno, pero la historia
tiene siempre la última parábola.
Hay un tiempo para el amor sin tregua
y treguas que no concede la muerte.
Hay un tiempo para la fugaz alada
de ese ser ilusorio de las cosas.
Tiempo para la justicia infinita,
la libertad o el precio miserable.
Un tiempo para la esterilidad
y un tiempo para el jaque y para el mate.
En mi jaima gime un jefe jenízaro
y el porqué de su existencia es su nada.
Mi huerto de tomates amenaza
a un F-16 que nos vigila.
La procesionaria del pino huye
a insonorizarse de los U-2.
Las cofradías con sus relicarios
desfilan, hoy oruga, ayer crisálida.
La sacerdotisa detiene el paso
y canta una saeta o jeremiada.
Levanta el crucifijo con un ritmo
de un góspel irlandés y carismático
y entonces un alfanje o cimitarra
saja la mano del pobre gusano
que no ha visto el águila o el turbante,
la media luna filuda o la estrella.
En alguna prisión de algún estado
el beduino transita con un mono
naranja por un corredor famoso
y esta vez sí que darán en directo
el último chute de un tipo malo,
su estupor final, su rey y sus torres.
En mi jaima quedan Mamadou, el príncipe,
Sandra Williams, una broker en paro,
y Salomón Sabaté, español
y catalán, biznieto de rabinos,
y entre té verde y resinas concluyen
bajo un espacio aéreo protector
que la ultraderecha es la ultraderecha,
que Él nos mata para seguir eterno.

VERSUS INCLUSIVE
- Presentación
- Canto 1
- Canto 2
- Canto 4
- Canto 10

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