Y me busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas...
Miguel Hernández
I
Intravenosamente acalambrado
estoy sentado palpándome el insomnio, escarbando
en lo que queda de mi voz - violeta entumecida -
sin descubrir lo que me duele.
Estoy hurgando a través de mis recuerdos,
arañando compita, las sombras que me habitan, las sombras que aún me quedan,
quitándome lo vagamente oscuro y Gorostiza.
Estoy mordiéndome además de la mirada la conciencia.
Estoy... que ya es ganancia, quebrado de la sombra a la cabeza, despertando
a mitad de la mañana con un violín entre las manos
sacando un Do de pecho, quitando un La de labio
temiendo un Si de olvido.
Soledad: "Que horriblemente hermoso" entra el aire en la cocina
que forma tan indócil tiene el mar para llamarte, que imperativo es encontrarte
aún si la que viene gritando por la noche
es la muerte arreando su tristeza, contando una a una
las quijadas que me cuelgan, las noches que me aguardan.
Moribunda, si supieras cuánto de mi sangre se fractura, cuánto de mí
fluctúa y no se haya ni siquiera entre las aves
no andaría cavernario rascándome el olvido,
sacando lo que queda de mi voz
sin encontrarte.
II
Aterido intravenoso, mi amor no haya dónde colocar sus soledades;
se detiene y analiza, indaga en lo que aguarda refugiado
entre la historia y el napalm.
Desenreda, descascara, desentume
desesperadamente su gran esqueletada, se ignominia.
Mujer, llega deslizando su locura
un aprendiz rinoceronte de quimera, llega decidido a intervenir
a favor de tu recuerdo
y aún cuando seduce a la armadura, mi carne no sucumbe a la ilusión.
Cavernal silueta entumecida
mi amor, ahora descubre un poco de silencio,
tirita triangular entre la carne
y se vuelve de otra especie.
III
Estoy leyendo ojos de nutria
murciélago rinoceronte, tal vez pez
que todo inflama.
Kryptonita verde fríos brazos de una perra vagabunda
y tierna como tú.
Chica ojos cafés: la tarde llega sin pedir permiso y no pregunta:
de quién son estos ojos, estos volcanes
que durmiendo se suavizan y hacen erupción igual que el popo
en una noche de diciembre.
Me imagino cocodrilo, ala quebrada nomás a si, a puro chiflidito,
a puro chingadazo de aire; solar, casi incendiario como ahora
que has decidido partir donde tu madre.
Tu madre...
Tu puta madre que hoy me dueles, me tarumbas, me aniquilas;
sos como una niña que se descubre diosa o princesita
regenteando en cada una de las noches
un grupo de palomas mortecinas.
Mosquita muerta, alacrán igual macho que hembra
sacando lo Allen Ginsberg, lo Quiroga,
lo verdaderamente adusto y pertinaz
que te lleva al paraíso.
IV
De aquí soy cola de ángel,
de aquí me cuelgo impávido graznando olvido.
Coqueto y lontanaz meciendo el tiempo;
severa bulla que me ovilla, balar de sangre,
somnoliento esclavo.
De aquí soy más ceniza que enramaje,
grumo secular, antidesierto; abracadabra:
aquí nomás puteando olvido, aquí nomás hurgando voces,
desmembrando muslo, acicalando
palmo a palmo
la herida que te alberga.
V
Esto es todo lo que hay, todo lo que queda:
" un nocturno en el que nada se oye "
en el que nada aguarda. Flor maestra.
De aquí mi voz se va cayendo, se va crujiendo
y va quebrando.
Ala tallada en luz llovizna. Roble negro.
- Espectro que tirita en la caída -
Aquí, derriba bardas el aliento, cuenta gotas,
sacude su pelambre de luz ultravioleta.
Aquí yace junto con mi alma
un manglar peces ciegos, un jardín, una burbuja
donde se inventa el corazón una mañana.
Aquí yace mi mujer, mi escapulario,
mi paciencia de alacrán y cocodrilo; una luciérnaga solar,
un duendecillo. Aquí yace la muerte; mi voz cayendo
y yo callando.

© de Dalí Corona

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