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HISTORIAS DE LA CONTRACULTURA II
LA PSICODELIA: MUERTE DE NARCISO
de Arturo Montfort

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Ahí fuera el tiempo pasaba por nuestro lado como deteniéndose, invitándonos a la gran algarada; esperándonos, sin duda, aunque nunca nos dignamos ni a mirarlo. Y eso fue magnífico.

Se detenía en el espejo, por ejemplo. En el tris tras del dentífrico, ante el que pasaban esas caras barbilampiñas de pupilas encendidas que anunciaban hazañas sin límite. El tiempo, como digo, nos tentaba, burlón, entre el café y el cruasant, con el rostro porquino de Nixon calcando su feroz mueca en las portadas de los periódicos y al que combatíamos con un ¡puafff! estruendoso surgiendo de nuestras bocas, bandera de resistentes condenando al Presidente de los USA y a la oficina a la perpetua. Y, claro, con Pink Floyd, Verano del 68, esa canción que había que escuchar desde la otra cara de la luna, es decir, un poco desde el borde del abismo (vocalizaban Yes), en el extremo mismo de la ventana desde donde empezábamos a arrojarnos cada día. Eso es un decir, o más bien es que lo decía Breton, valiente entre los poetas.

Ni las películas de arte ensayo podían quebrantar nuestra moral, ni siquiera las húngaras y polacas que ya es decir. Para eso estábamos, para gozar un poco más de la clandestinidad. De niños gustábamos de escondernos bajo las sábanas y allí nos imaginábamos cosas terribles y excitantes. Ahora, sin embargo, Marx y Engels organizaban el medio campo y empujaban al equipo hacia arriba, para que los laterales, convertidos en eventuales delanteros, corrieran la banda y Lenin, cual adusto y valiente Zarra, cabeceara a boca de gol las tesis de abril. Aunque Emilio siempre decía donde esté Nietzsche que se quite Marx.

Como en las canciones de Pink Floyd, Emilio Cortavitarte, el más anarco del grupo, siempre después de Pere Marcilla (no en balde ejerció, muchos años más tarde, de Secretario General de la CGT en Catalunya, y lo hizo con eficacia y mérito) escribía poemas desde donde ordenaba crucificar el hálito lunar. Y nos confesaba que

En las paredes de salitre muchos pies inscritos
esconden sus huellas, calzando zapatos de cuero
y disfrazando sus besos de sigilo.

Lo hacía con elegancia, como era habitual en él. Sus camisetas y sus fulards eran el gozo de las ramblas, y sus gustos, selectos en todas las ramas del saber. Estaba Charlie Parker, pero también Mick Jagger. Y Henry Miller, desde luego. Emilio me escribía sus cartas con la hermosa caligrafía de su pluma estilográfica. Decían que había actuado como cantante solista en un grupo de rock, pero nunca pude llegar a confirmarlo. La verdad es que sus admiradoras esperaban ansiosas la aparición de nuestra revista para, prácticamente, devorar sus poemas. Él no comparte este retrato de sí mismo, pero así son los recuerdos: traidores. Recreaciones personales y deformadas, superposiciones de lo que cada uno recibe, percibe y pone por su cuenta y riesgo. Pero volvamos a Nuestra revista. Sí, yo hacía de hombre orquesta: recogía el material, lo pasaba a máquina, enmaquetaba, es un decir, y lo entregaba en la copistería. De allí salían 300 ejemplares, un récord para la época. Aparecieron tres números, ni uno más. Otro récord. A cambio, claro, los demás hacían la vista gorda con mis fábulas y poemas.

Vomitaban jazmines sobre el pecho de Paco Gallardo, que escribía terribles poemas agazapado tras el pseudónimo de María del Mar Ribó. Lo que provocó, por cierto, la histeria masculina en nuestras jóvenes filas: todos querían conocer a aquella especie de musa surrealista a la española que parecía mantener tan buenas relaciones con el señor Freud y cuyos eyaculatorios poemas, además de declarar la guerra total al endecasílabo, desesperaban deleitando. Algo insólito en una mujer. Cosa comprensible, este interés morboso, porque de toda aquella chusma sólo follaban cuatro. Mª del Mar Ribó decía en la presentación de la revista:

“Y nuestra cronofagia va más allá; ASPIRA a destruir el lenguaje para volver a crearlo Nuevo. Ni utopía ni juego de palabras. Tampoco obrepción ni prolepsis. (Espíritu de verdades, boca de contradicciones.) Más bien abreacción-guiada por un prurito lucesdebohemiamaestrellainclanesco: “Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la triste mojiganga.” Ahí empieza la catarsis, el zéro de conduite, la muerte de Narciso. “

Paco, el enfant terrible (aunque más tarde se transformaría en un famoso paracaidista, subteniente de la organización marxista leninista Bandera Roja, pensamiento Mao Tse Tung) constataba que hay amores que matan y deseaba lo peor a los maridos de sus hipotéticas y casadas amantes. Que se los comieran vivos las cucarachas, por ejemplo. Ahí aleteaba todo el pelotón de la nouvelle vague, con Truffaut y Godard a la cabeza... Por supuesto, Paco era un transformista que deseaba ser el Jean Paul Belmondo de Al final de la escapada. Exactamente como en la película, es decir, para, finalmente, caer fusilado por el discurso del método. Porque envejecer, decía, y con muchísima razón, corrompe que es una barbaridad.

Genís Cano, tranquilo, raro y curioso como nadie, ya por aquellos tiempos parecía un agente secreto de la contracultura. Con su lupa psicodélica investigaba en el Bar London por si pillaba a Rimbaud liándose un porro con Francesc Fanés y Pere Marcilla. Ellos estaban en algún rincón del garito, gritando al unísono: merde pour le poesie! Y mientras los buscaba, Genís advertía, premonitorio: Que mai fem oblit de la capacitat de sorprendre’ns (“Que nunca caigamos en el olvido de la capacidad de sorprendernos”.).

Y por fin los encontraba, claro, y entonces les recitaba uno de los poemas que escribiría veinte años después:

“el trapecista s’engronxa
ultratja tots el ocellls
que volen posar niu al seu barret
sodomitza tots els dracs
que s’enrosquen a les botes
s’en fot de les deformitats que esperen
i somriuen
tira de la cadena
i riu
fins a fer-li mal les barres de tant de riure”
El trapecista se columpia
ultraja todos los pájaros
que quieren poner nido en su sombrero
sodomiza todos los dragones
que se enroscan en las botas
se burla de las deformidades que esperan
y sonríen
tira de la cadena
y ríe
hasta que le duelen las mandíbulas de tanto reírse "

[Genís Cano i Soler: Els sots psicodèlics, s.ediciones, barcelona 1991, Pag. 28]


Genís sobrepasaba con creces la estatura media nacional y poseía un aire dulzón y encantador, tirando a místico. Gustaba de presentarse con una zanahoria de las de verdad colgada del cuello y parecía complacerle nuestra fácil verborrea. Para demostrarlo, pronunciaba invariablemente la misma sonora palabra, acuuuullunant, vocablo éste intraducible, al menos al castellano, ya que su homónimo, cojonudo, no posee la suavidad ni el esplendor de su versión catalana.

Jordi Mustioles comparecía en la última página de uno de los números de la revista con esta bella y paradigmática sentencia: Escúcheme, caballero, por favor. No tengo nada que decirle. Jordi era, sin duda, el más adelantado para la época. Ya entonces se reía sarcásticamente de los humanistas y los políticos.

Pere Marcilla desplazaba su cuerpo inalámbrico por las brumas del Bar London y del Café de la Opera. Escuálido, dedálico y, todo sea dicho, dotado de un gran magnetismo personal, afirmaba que todo era Dadá. Cuando follo, soy dadá, apuntaba; cuando grito, cuando duermo, cuando nopienso, todo es dadá y nada es dadá. Suya fue la versión catalana del mayo del 68; aquella que decía, en las paredes de la Universidad, del metro, de los lavabos, de los ascensores: follem, folleu, que el món s'acava. (“follemos, follad, que el mundo se acaba”).


Xavier Sabater aparecía en nuestras reuniones (que nunca nos atrevimos a llamar de comité de redacción) con su larga y sedosa melena, su inigualable y pícara sonrisa y unos ojos saltones y vivarachos. Sus consignas underground y sus poemas infernales, como les ocurría a los Rolling Stones, y como no podía ser de otra forma, siempre simpatizaban con el diablo. Pasados los años, Sabater pasaría de ser un agitador del undeground a convertirse en el factotum de la Polipoesía, una forma de poesía fonética, recitada con la ayuda perversa de sintetizadores, distorsionadores, flangers y demás. Durante varios años recaló en el famoso local La Papa, de Gracia, y en las fiestas de este barrio barcelonés organizó varios festivales internacionales de Poesía. Tuve el privilegio de ver a Enric Casassas y a Xavier Sabater, mano a mano, en La Papa, soliviantando a un escogido y selecto público, síntesis del underground, la contracultura y la madre que los parió.

Julià Guillamont, en el tramo final de su prólogo La catedral del temps (“La catedral del tiempo”) al libro del inefable Pau Riba: Lletrarada, (Ediciones Proa, Barcelona, 1997) dice así:

“Me gustaría incluir también una referencia al grupo de poetas que surgieron en torno a la revista Muerte de Narciso a mitad de los setenta, (entre los cuales estaban, además de Enric Casassas, Pere Marcilla, Genís Cano, Artur Montfort, Xavier Sabater y Francesc Fanés), todos ellos más jóvenes que Pau Riba, y que compartían algunos de sus intereses y puntos de vista, y hacer a través suyo una reivindicación del lugar que corresponde a la psicodelia y a la cultura catalana de aquellos años.” (Pág. XXXII)

Como Narciso había muerto, o eso al menos pretendíamos, parafraseando el poema de Lezama Lima:

”Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.”

Enric Casassas firmaba “Enric”, i Pere Marcilla “Pere”

Pere decía:

“Fret de gel calent
quan
els teus llavis
van ser enllaunats
i exportats
al Sudán.
a cambi de 15 pots de Cola-cao.
Les paraules d’amor-dentífricdementa
son ejecutades
pel botxí
maduixa clara
espiral de matinada.
a la plaça del Rei.
i les granotes alades
de Avecrem-Estarlux
son parides per les verges
9 mesos després
de Nadal”

“Frío de hielo caliente
cuando
tus labios
fueron enlatados
y exportados
al Sudán.
a cambio de 15 potes de Cola-cao.
Las palabras de amor-dentífricodementa
son ejecutadas
por el verdugo
fresa clara
espiral de madrugada
en la plaza del Rey.
y las ranas aladas
de Avecrem-Estarlux
son paridas por las vírgenes
9 meses después
de Navidad”

Y como no teníamos nada mejor que hacer y como, ya lo dije antes, no nos dignábamos a mirar hacia el lado del tiempo, que pasaba por nuestro lado, repleto de meritorios oficinistas y guapas secretarias, de excursionistas y boy scouths estrenando mochila, de agonías franquistas y sesudos militantes del PSUC disfrazados de futuro, le propuse a Pere Marcilla encuestar a los paseantes de las ramblas. La última pregunta del exhaustivo cuestionario decía así: ¿tiene algo que ver su frustración personal con el hecho de venir a pasear a las Ramblas? De esta forma tan directa, recibimos algunos exabruptos que digeríamos con total deportividad y diversión, pero también trabamos conocimiento con pintores disfrazados de Van Gogh, con noctámbulos enmascarados de periodistas a sueldo y, por último, con sesudos oficinistas que llegaban tarde a todas partes pero, sobre todo, a la cita con la novia. Nos lo pasábamos bomba, nadie nos esperaba todavía, ni siquiera el futuro.

Claro, otra cosa no sacamos en limpio, aunque tampoco esperábamos más, conscientes como ya éramos de que hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle, como dijera Pessoa, el poeta.

¡Ah, sí! Hablábamos de la revista. Yo, que era el voluntarioso del grupo, propuse el título de Atrio abierto. Afortunadamente, no prosperó. Ni que fuera el Boletín Oficial del Estado, debió pensar Emilio, aunque tuviera la delicadeza de no decirlo. Genís propuso, y eso ya estaba mejor, el de Pastenaga verda, pero fue Paco el que nos convenció con su definitiva oferta: la revista se denominaría Muerte de Narciso. Ya que no queríamos sacar nota en el examen de la vida, y ya veríamos si nos presentábamos; ni colocarnos en la Nissan o en la IBM; ya que presumíamos del zéro de conduite; ya que nos marcábamos felonías tales como firmar únicamente con nuestros nombres de pila o con pseudónimos, y todo porque despreciábamos el significado de la posteridad, ya que todo eso, nada mejor que nuestra revista pasara a llamarse Muerte de Narciso.

Paco Gallardo justificó su propuesta asegurándonos que había que lezamamanejar. Y lo dijo, claro, en honor a Lezama Lima, el escritor cubano antes citado, nuestro Góngora de turno. Fue él, Lezama, quien nos regaló el título de la revista a través de Paco. Su poema, Muerte de Narciso, ya saben, empezaba así: labios sus rutas. llamas tristes las olas mordiendo sus caderas. Ninguno de nosotros supo resistirse al surrealismo caribeño e ininteligible de Lezama Lima. Ni Paco, ni yo, ni nadie, por supuesto.


Se suponía que nuestra misión era deshojar a Narciso, dejarlo desnudo y desamparado frente al estanque. Nuevamente pecamos de insumisos y utópicos, pero tampoco podíamos hacer mucho más. La utopía, dicen, es lo que no existe todavía y de eso se trataba porque lo existente era, para decirlo claramente, un rollo. Como quiera que fuese, nadie pudo impedirnos que paseáramos nuestra revista por los lugares de siempre: el patio de letras, las Ramblas (todas ellas, desde Canaletas a Santa Mónica), y la penumbra azulrosa del antiguo Zeleste. Claro que el señor redactor de La Vanguardia (yo juraría que era nuestro mismísimo profesor de Literatura, escritor y poeta Joaquín Marco) no estaba para historias, por eso nos martirizó definiéndonos como un grupo de jóvenes de nuestra Facultad de Letras, al tiempo que se le escapaba, por lo bajini, la risita ante nuestra pretensión de destruir el lenguaje para volver a crearlo de nuevo. Todo sea dicho, y a pesar de la riña del paciente redactor, Pere Marcilla seguía garabateando las paredes de los ascensores con una A encerrada en un círculo frenético.

El perfume de la época desbordaba, sin embargo, el ámbito del folio y la mimeografía. Por las mañanas llegaba sonámbulo a la oficina. Por las tardes Marx y Engels empujaban al equipo hacia arriba para que Lenin cabeceara y ¡Goooool! Y en la madrugada, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas, las de la noche, claro, Lezama Lima pero también Breton y Eisenin, es decir, sólo los más valientes. Eisenin, después de su aventura americana con la Duncan, se suicidó en la bañera de su hotel. Se cortó las venas y escribió con su propia sangre su último poema. Mientras que Breton, para acabar de arreglarlo todo, sentenciaba que la belleza o era convulsiva o, sencillamente, no era. Y punto. Y es que no había color, los románticos ganábamos de calle.

Por otra parte, teníamos tantas cosas en qué pensar... Bastaba con sentarnos en las escalinatas del puerto de Barcelona, frente a la falsa e impasible carabela de Colón, para que se nos fueran las ideas de golpe, una tras otra, brrruuuum, como un avión a chorro. Y eso cuando no acabábamos, después de repostar en cada uno de los quioscos de las ramblas, mirones impenitentes; cuando no acabábamos, repito, apostados en Canaletas espiando a los transeúntes, adivinando en su aspecto ocultas tragedias, hilarantes profesiones y, sobre todo, deseos inconfesables. Escrutando sus rostros, digo, o haciéndonos los encontradizos con nosotros mismos.

Paco se enfadó muchísimo cuando me reí de él. La verdad es que cuando me anunció su posible hipótesis de suicidio, como Eisenin, a mí no se me ocurrió otra cosa que reírme en sus narices. Suicidarse cuando teníamos tantas cosas por hacer me parecía una frivolidad. ¡Que se suicide Byron! Fue, eso sí, un enfado de juventud, es decir, de los que duran pocos meses pero se viven intensamente. En ese ínterin, claro está, cambió medio mundo. Paco apareció una noche en el London, en la antigua calle del Conde del Asalto, se paró frente a mi mesa y me soltó: la vida copia de la literatura. Y se quedó tan fresco.

Ahí fuera, el tiempo pasaba por nuestro lado como deteniéndose, esperándonos sin duda, aunque nunca nos dignamos ni a mirarlo. Y eso fue magnífico.

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NOTA. Todas las “traducciones” del catalán al castellano no deben ser tomadas como tales en su sentido estricto. Son meras “transcripciones”, sin mayores pretensiones que hacer comprensibles los textos a los lectores no conocedores de este idioma.

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