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EL ESPEJO, EL RÍO, LA CIUDAD
de Rosa Mora

Eva se levantó aquél día con dolor de cabeza. Había dormido poco durante toda la noche. En realidad, no se debía a nada especial. Era un dolor de cabeza en las sienes, como si algún duende travieso se hubiera metido en ella, dándole patadas continuamente.’Una buena ducha me aliviará’, pensó. Se dirigió lentamente al cuarto de baño arrastrando los pies descalzos. Llevaba las uñas de los pies pintadas de un color champaña metálico. Una bata japonesa de seda con flores de colores vivos se abría con el aire al andar, dejando entrever su pierna bronceada. Entró en el cuarto de baño y se miró al espejo. Los ojos hinchados delataban la falta de horas de sueño. El pelo oscuro, largo y alborotado, la piel pálida. ‘Otras veces tengo mucha mejor cara’, se dijo a sí misma, peinándose.

Quizá había bebido demasiado la noche anterior. Los vecinos celebraban su veinticinco aniversario de casados y daban una fiesta. Tenían la casa llena de invitados, que entraban y salían constantemente. Pero era un día entre semana y había trabajado todo el día . Dándole vueltas a estos pensamientos, abrió el grifo de la ducha y dejó que un chorro de agua caliente resbalara sobre su cuerpo. Después, de golpe, abrió el grifo del agua fría, estremeciéndose al momento. El cuarto de baño se quedó lleno de vapor. Ya no se distinguía nada en el espejo. Con los dedos dibujó en el espejo una cara redonda, unos ojos saltones, orejas grandes. Una boca sonriendo. El pelo en punta, cuatro líneas verticales. Un dibujo infantil. Limpió una parte del espejo. Luego empezó a poner caras divertidas. Estiró los bordes de la boca con las manos, sacó la lengua. Puso cara de asombro, levantando las cejas. Apretó ligeramente la nariz hacia arriba, tenía cara de cerdito. Intentó dar a su cara una expresión misteriosa, los labios en plan sexy dando un beso como en las fotos de Marilyn Monroe.
Miró el reflejo de su imagen. Una cara como muchas, nada especial. Cerró los ojos y se imaginó que se trasladaba al otro lado del espejo, a un mundo mágico. Uno …dos…tres! Abrió los ojos de nuevo. Nada, aún se encontraba en el mismo sitio. La magia no funcionó.

‘Hmmm, tengo que adelgazar unos kilos’, pensó en voz alta. El buen tiempo está al caer, sino tendré que empezar una dieta drástica. Se envolvió en una toalla y se dirigió al dormitorio. ‘Qué voy a ponerme?. ‘Hoy es mi día libre’. Escogió un tejano gastado, zapatillas de deporte y una camiseta azul claro con dos hileras de cristales Swarovski. Se recogió el pelo en una cola con una goma azul, y se puso colonia de niños. ‘Huele a limpio’. ‘Un buen comienzo del día’, pensó.

Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Puso en la radio la emisora “Classic Rock”. La radio aullaba una canción de los Rollings Stones. Se preparó unas tostadas con mermelada, un zumo de naranja y un café. Colocó el filtro en la cafetera y apretó el botón. ‘Huele de maravilla’, pensó aspirando el aroma casero a café. Se sentó en la mesa y hojeó el periódico. ‘Cada día lo mismo, qué aburrimiento!’. ‘Discusiones entre partidos políticos, detenciones de terroristas, violencia doméstica, una boda real’. Dejó el periódico de lado y se bebió el zumo de naranja con pequeños sorbos. Después se dirigió pausadamente al jardín. Hacía un día espléndido de primavera. Lucía el sol y ni una sola nube ensombrecía el cielo. Miró al horizonte, un avión pequeño como un alfiler dejaba una línea blanca hasta el infinito, que se evaporaba al momento ‘Hoy no voy a hacer nada en casa’, decidió de repente. ‘De momento, voy da dar una vuelta en bici’. ‘Después ya veremos’.

Abrió la valla trasera del jardín y se montó en la bicicleta. Después de pasar unas calles poco transitadas, se encontró rápidamente en las afueras de la ciudad y se dirigió al río. Pedaleó rápido, muy rápido, hasta que empezó a sudar. Luego aflojó el ritmo y se concentró en lo que veía a su alrededor. Las hojas de los árboles empezaban a salir, aquí y allá se ya se podían distinguir los brotes nuevos. Un suave viento ondulaba el agua plateada, las aves acuáticas se mecían con el vaivén del agua. Un pato de voz estridente pasó nadando con su hilera de patitos, a poca distancia, un cisne se balanceaba orgulloso junto a su pareja. Los juncos junto al río silbaban con el viento.

Eva miró a la derecha. Una casa antigua cubierta de hiedra se divisaba al otro lado de la estrecha carretera. En la parte delantera, un jardín lleno de macetas con flores multicolores y un columpio para los niños. ‘Parece la casa de Hansel y Gretel’, pensó. Sólo le faltaba los caramelos pegados a la fachada. Por unos momentos, dejó que sus pensamientos le trasladaran al pasado. ‘Nunca he tenido un jardín’. ‘Parece que estos niños tengan una vida ideal, aunque no se sabe nunca’.
La carretera se hizo más angosta. Desde allí sólo podían pasar las bicicletas. Después de una curva oyó unas voces masculinas y dirigió su mirada a la orilla del río. Varios pescadores habían echado sus cañas para pescar. En el suelo se veía una tela verde caqui enrollada, quizá era una tienda de campaña. Parecía que contenía un cuerpo. Por un momento, le vino a la memoria el relato de Carver en el que encuentran a una chica muerta al lado del río.‘Tengo demasiada imaginación’. ‘Seguro que estos pobres pescadores tienen una vida monótona y nunca se les ha ocurrido, ni en pintura, asesinar a alguien’. Eva siguió pedaleando hasta el puente y luego decidió volver. Había pasado casi una hora y se estaba alejando demasiado de casa. Ya no se veía a nadie en esta ruta. Sólo se oía el trino de los pájaros. Algunas nubes de algodón aparecieron en el horizonte. ‘Es mejor que vuelva’, se dijo a sí misma. Ya cerca de casa, se paró un momento en un bar rústico y pidió un helado. Escogió un helado de fresa de un color llamativo, le recordaba a sus años infantiles. Se sentó en un banco frente al bar y lo saboreó poco a poco.

Luego cogió una ruta más corta para volver.

Una vez llegada a casa sonó el teléfono. Lo dejó que sonara varias veces, pero al final se decidió a cogerlo. ‘Con Marta’, dijo una voz segura de sí misma. ‘Tenía pensado ir al centro de la ciudad, si quieres podemos ir juntas’. ‘Ir de tiendas y tomar algo’. ‘Tengo algo que contarte’. Eva estuvo unos segundos dándole vueltas a esta idea. ‘Qué tiene que contarme?’. ‘Seguro que algo no va bien, Marta tenía un tono preocupado en su voz’.
Quedaron en la parada de metro. Eva miró a su alrededor. Las paredes estaban llenas de graffiti, en colores vivos: rojo, amarillo, azul. Las enormes letras mayúsculas, bordeadas en negro, eran casi ilegibles. Unos jóvenes de color, con pelo rasta, gorras de béisbol y pantalones caídos, charlaban animadamente. Uno llevaba una radio, la música rap sonaba a todo volumen. Cogieron el metro en silencio, cada una metida en sus pensamientos. En el asiento de enfrente se encontraba un chico joven que las observaba fijamente. Llevaba ropa deportiva y el pelo un poco largo, sneakers rojos. La mirada despreocupada, un poco burlona. ‘No está mal’, pensó Eva. ‘Qué edad debe tener?’. Marta miraba por la ventana, sus ojos perdidos en la lejanía. ‘Te lo cuento en el centro’, le dijo. Primero nos tomamos un café y así me relajo. Mil cosas le pasaron a Eva por la cabeza. Problemas financieros, su marido que tenía una amante, o quizá le habían despedido del trabajo.

En el centro entraron a un bar y se sentaron a la mesa. Pidieron un capuccino. ‘He conocido a un hombre y he quedado varias veces con él, no puedo quitármelo de la cabeza’, dijo Marta, jugueteando con la cucharilla. Eva la miró sorprendida. Era lo último que se esperaba. Cogió la taza con las dos manos y bebió un sorbo de su café. Esperó unos segundos en contestar para asimilar esta noticia. ‘Todo el día estoy pensando en él, es una sensación tan intensa que no puedo controlar’, continuó Marta, apartándose una mecha de pelo que le caía sobre la frente. ‘No sé que hacer’. Lo había conocido en un bar, hablaron un poco, y se vieron algunas veces. Pensé: ‘si quedo sólo para tomar un café no habrá problema’, siguió explicando. ‘Es algo inocente’.
Marta le contó a Eva que estaba casado y tenía dos hijos. ‘Lo sabe John?’, preguntó Eva. ‘No, no tiene ni idea, de momento’.
‘Necesito tiempo para ordenar mis ideas’, le dijo frunciendo el ceño. ‘Después decidiré lo que hago’.Eva observó un momento a Marta. Tenía el pelo corto, negro, y los ojos verdes, un poco gatunos. De constitución robusta, tenía un especial atractivo para los hombres, aunque ella no se daba cuenta de ello.
Se tomaron el café y decidieron ir de tiendas para relajarse un poco. Eva se compró un traje de corte clásico para su trabajo, Marta un bolso rojo y unos zapatos con tiras, de tacón alto. Después, silenciosamente, encaminaron sus pasos a la parada de metro.

Eva acompañó a Marta en el trayecto hasta su casa. El cielo adquirió un tono azul oscuro, parecía que iba a llover. El aire era húmedo y denso. Las gaviotas planeaban intranquilas volando en círculo. Una fuerte ráfaga de viento casi le hizo perder el equilibrio. Pasaron por un Centro Comercial, poco a poco iban cerrando las tiendas. Las calles estaban casi vacías. Eva se quitó la chaqueta y aminoró el paso, Marta le acompañaba silenciosa. Eva pensó que su vida tampoco estaba tan mal aunque a veces, en sus momentos difíciles, casi estaba convencida de lo contrario. ‘Al menos no tengo los problemas de Marta’, razonó. Llegaron a su calle, el vecino estaba podando las hortensias lilas del jardín frente a su casa . Las saludó distraído, concentrado en las plantas. Eva vio a John por la ventana de la cocina preparando la cena. Marta buscó nerviosa sus llaves. Abrió la puerta y se dirigió directamente al piso de arriba, subiendo sigilosamente las escaleras sin mirar hacia atrás.

© Rosa Mora

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