París, una calle cualquiera. Pasé de largo de aquella cafetería y, de pronto, como impulsado por un latigazo interno, regresé sobre mis pasos. Fueron aquellos dos individuos, sobre todo la postura de relajo del cliente, su rostro risueño, ese juego de llaves y cerraduras entre los brazos del camarero y del cliente. Como un acertijo. Como una puerta por abrir. O como diría Cartier-Bresson: "desde el cristal de lo intemporal, la visión de lo invisible en visible". No me pregunten por qué, pero vi algo de intemporal en la imagen del camarero conversando con el cliente. Y de algo estaba seguro: lo de menos era el tema de la conversación. Pensé: esta escena se repetirá cada día. Y eso me tranquilizó, no sé, me reconfortó, me dio una señal de que quizá no todo estaba perdido.
el viajero
El guardián del arte El músico callejero
El cliente
© Salvador Monroig
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