CRONOPIA, manual de instrucciones
MANUAL PARA SORTEAR A LA HUMANIDAD EN UNA CALLE ABARROTADA
por Ignacio Ortolá
Si usted es una de esas personas que habita en una gran ciudad superpoblada,
periódicamente se verá en la necesidad de caminar por alguna de sus
céntricas calles, calles repletas de personas que caminan en todas
direcciones y que ocupan hasta el último centímetro cuadrado de acera.
En tal caso, le voy a proporcionar un sencillo y eficaz manual para caminar
con holgura entre esos laberintos humanos consiguiendo que las gentes se
aparten a su paso convirtiéndose en un Dios intocable entre los parias.
Son varias las estrategias posibles pero, lógicamente, algunas son mejores
que otras, por eso le expondré tres de las que mi experiencia ha demostrado
como más eficaces.
1º.- El mejor método consiste en localizar un individuo corpulento y de
anchas espaldas que camine en la misma dirección que la nuestra y a buena
marcha. Una vez localizado, debemos realizar una rápida maniobra de
aproximación y situarnos exactamente detrás de él, a un solo paso de
distancia, y sencillamente caminar tras la estela que indudablemente
generará nuestro gigante conforme las masas se separen a su paso como si del
Mar Rojo se tratara, es decir, hay que ir a su rebufo o, en argot ciclista,
chupando rueda.
Realice su labor de aproximación con rapidez y sin disimulos, al fin y al
cabo en ese maremagnum cada uno va a lo suyo y nadie le va a observar, no
pierda tiempo pues podría ocurrir que alguien más avisado que usted se le
adelante y ocupe su ansiado lugar tras el gigante y, en tal caso, más vale
no situarse como segundo vagón de cola pues lo único que se consigue es
recibir golpetazos por todos lados, esta técnica es eficaz para un solo
individuo.
2º.- En el caso de que no encuentre un gigante adecuado, entonces lo más
útil consiste en buscarse un grupo de japoneses que esté realizando una
visita turística. No crea que es tan descabellado, a poco que ponga en
práctica esta técnica se dará cuenta de que los japoneses visitan los
lugares más insospechados y es fácil encontrarlos en cualquier sitio, más
aún en una calle atestada de una gran ciudad en la que se reencuentran con
su espíritu gregario. Pues bien, sitúese tras el grupo, no muy cerca, pues
los japoneses se pegan mucho entre ellos pero no admiten excesiva cercanía
de un extraño, son muy susceptibles; es preferible una distancia de cuatro o
cinco pasos. En caso necesario esta técnica es apta incluso para dos
personas. Aunque en un principio le dé la impresión de que avanza
lentamente, no se preocupe y siga al grupo sin concesiones a pesar de que de
vez en cuando se retrase alguno de los turistas, es normal, están haciendo
fotos. Le aseguro que llegará a su destino en el tiempo previsto y caminando
holgadamente, exactitud oriental.
Sin embargo este segundo método tiene un inconveniente (por eso es el
segundo); cabe la eventualidad de que los japoneses inesperadamente
encuentren a su paso una tienda de Lladró o de Loewe. Esto resulta fatal
para sus intereses porque entonces alterarán todo su programa y entrarán en
masa en la tienda dejándole más solo y desprotegido que un pichón en un
concurso de tiro, quedará en medio de la acera expuesto al ataque de todos
los viandantes, que le arrollarán en cuestión de segundos.
3º.- El último de los métodos que le propongo, sin ninguna duda es el más
eficaz de los tres para abrirse paso dejando un espacio de varios metros a
su alrededor, pero tiene enormes desventajas y peligros, y por esa razón le
recomiendo que sólo lo utilice en caso de extrema necesidad y en defecto de
los dos anteriores. Sólo tras un largo entrenamiento es posible utilizar con
la suficiente seguridad esta técnica solo apta para los más osados.
El método consiste en localizar entre el gentío un mendigo que deambule, más
o menos, en la dirección de nuestro interés. Y digo más o menos porque este
es el primero de los inconvenientes, dificilmente se topará con un vagabundo
que persista demasiado tiempo en una determinada dirección, lo más probable
es que trace círculos caprichosos o que se detenga donde menos se lo espera
o incluso que se siente en el suelo dejándole a usted sin saber muy bien que
hacer. Para que el sistema funcione correctamente es muy conveniente que
nuestro mendigo sea de los más desharrapados y andrajosos, incluso
maloliente, o al menos que apeste a vino, y ayuda mucho también que de vez
en cuando profiera amenazas a voz en grito o que cante con una voz pastosa y
rota, cuanto más nauseabundo parezca, mejor atravesará usted las calles en
su compañía, le aseguro que nadie osará interrumpir su paso.
Lo malo es que usted encontrará grandes inconvenientes en caso de querer
utilizar este metodo desesperado. En primer lugar, debido a lo errático de
los pasos del mendigo, dificilmente llegará a su destino, y mucho menos en
el tiempo que usted preveía; con suerte podrá llegar a algún barrio cercano
a su objetivo, pero nada más. Y no es ese el único problema, el peor
inconveniente radica en el mendigo mismo, que a pesar de mostrar una
apariencia despreocupada, suele ser un sutilisimo sabueso de todo lo que le
rodea, y es muy probable que a los pocos minutos de detectar su compañía
rondándole la espalda le dirija sus peores exabruptos con toda su crudeza o
incluso que le vomite sobre su bonito gabán. Precisamente eso es lo que yo
suelo hacer en cuanto veo tras de mí uno de esos ejecutivos empingorotados
que pretende aprovecharse de mi trozo de acera en medio del gentío pensando
que por ser yo un tirado y un andrajoso voy a permitir que me acompañe
cualquiera, ¡faltaría más!.
Yo le recomiendo la opción número uno.
© Ignacio Ortolá

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