LITERATUYA
 escribo porque escribo y porque tú

REVISTA DE LITERATURA

 
 Revista de Literatura » Relatos » Lección de idiomas 1 2 3 4 5 6 7 8  

  

> LITERATUYA
INFORMES
>> RELATOS
POEMAS
ESCRITOS...
CLUB de los Cronopios


RELATOS

de Emilio Arnaiz
El Soho y otros relatos

de Miguel Gutierrez
Para y por ti

de Sira
Un siniestro

de Marcelo D.Ferrer
Crónica de una
  noche de niebla

de Rosa Mora
• El espejo, el río,
  la ciudad

de Julia Otxoa
Oto De Aquisgrán
• Correspondencia
• El escritor en tiempos de crisis
• El tren de las seis
• Longevidad
• Firma
• Muzzle
• Caballos
• Avenida Lincoln

de Miquel Silvestre
Diario de un gigante
• Federico

de Salvador Luis
• El vuelo

de Massi Lis
• Las plantas dormilonas

de Sergio Borao
• Feria

de Bardinovi
• Chica en tránsito

de Remei Romanos
• Collage con merengue

de Marcelo Choren
• Volver al mar
• En la madriguera
• El mejor amigo
• Margaritas de chocolate
• Dos manchas blancas

de Pedro Ugarte
• La curva de Flick
• El escritorio
• Un dios vulnerable
• Travesía
• Lección de idiomas

de Arturo Montfort
I can’t get no   satisfaction
• Yo soy la morsa
• Yo soy la morsa (contraportada)
• El archivo secreto
• Mamá ha muerto
• Mátame

de J.L. Caballero
• Las cartas de Antioquía
• Como lágrimas en la lluvia
• Palabras de un rebelde
• Una de mis historias

de Toni Martínez
• El silencio al otro lado



ads

LECCIÓN DE IDIOMAS 2 Continuación
de Pedro Ugarte     

Versión para imprimir
y leer más tarde... en papel
Con ella y por ella, me vi involucrado en todo tipo de salidas al campo, a pueblecitos recoletos donde se conservaba además lo más genuino de nuestra raza, para luego, en las campas cercanas, hacer fuego y asar unos chorizos. Todo ello, por supuesto, sin derecho a sobremesa, porque tarde o temprano aparecía ante nosotros un aldeano, agitando su cachaba y lanzándonos todo tipo de improperios en la entrañable lengua de nuestros mayores, lengua que, a pesar de que mostráramos ante el propietario que también era la nuestra, no nos eximía de sus amenazas. Toda solidaridad, la verdad, tiene sus límites.

Salíamos huyendo. A Sorkunde y a sus amigos aquello les divertía bastante. A mí no me daba tiempo. Apoyado en el tronco de algún roble, y a salvo por fin de las pedradas del aldeano, me doblaba y, en medio del sofoco de la carrera, vomitaba el chorizo sobre una alfombra de pinochas rojas recostadas en el barro.

Conocedor de las costumbres de mi tropa, acabé cambiando los mocasines por botas militares. Además, el campo no era lo peor. La verdadera diversión se producía en la alta montaña, cuando, un fin de semana tras otro, Sorkunde y sus amigos la emprendían con alguna cota de nuestras intrincadas cordilleras, donde se morían de gusto recorriendo estrechas vaguadas, atacando pendientes pedregosas y atravesando abismos sin fondo sobre cuerdas de nudos.

Yo lo soportaba todo por Sorkunde. Subía y bajaba montañas, me dejaba el alma en cada cuesta, dormía en gélidos e incómodos refugios, comía latas de conserva. Todo eso hacía yo, a pesar de que, para mí, la imagen del paraíso ha sido siempre un desayuno en la cama, mientras se ojea la prensa diaria. Seguía a Sorkunde por esos esforzados caminos, en pos de su voluntad resuelta, de esa energía interior inacabable que la hacía capaz de transportar sus grávidas curvas femeninas a altísimas montañas, en claro desafío a todas las leyes de la fuerza mecánica. Aquello me encandiló aún más; Sorkunde no era sólo un cuerpo de blandura oriental, sino una voluntad indomable, una fuerza interior que borboteaba por su boca, abrazándome inocentemente, riendo, haciendo alpinismo o predicando la revolución.

Dentro del programa político de Sorkunde, se hallaba también la liberación de nuestra patria y, aunque yo opinaba que nuestro pueblo diminuto siempre había sido desgraciado, pensaba, al contrario que ella, que la culpa era sólo nuestra y no de crueles opresores exteriores que yo, la verdad, no estoy muy seguro de haber visto nunca en persona.

Sorkunde había emprendido el aprendizaje del euskera, esa lengua que nuestro pueblo había ido abandonando en favor de otras más prósperas, seguramente llevado por la certidumbre de que, al igual que el dinero no tiene patria, los instrumentos de que se vale tampoco deben tenerlo.

Debido a mi inmenso amor por Sorkunde, comencé a aprender la lengua de nuestros antepasados, y no me resultó violento ni forzado, tantas habían sido las alabanzas que había oído de ella desde que nací. En mi país, nuestra lengua se ensalza en la misma proporción en que se evita, y aquella otra que hablábamos diariamente merecía todos los desprecios. Nunca entendí esto muy bien pero, bueno, uno no puede pararse a pensar en todo lo que no entiende, porque entonces cualquier forma de serenidad resultaría una quimera y en esta vida lo único importante es, a la postre, no perder los papeles y en modo alguno tratar de leerlos.

Aunque sea una pequeña presunción por mi parte, he de explicar un poco todo esto. Se trataba la nuestra de una lengua inextricable. Que usara el alfabeto latino era sólo una burda engañifa. Su sintaxis oscura podría resumirse para ustedes, lectores, en una sola sentencia: todo se ponía al revés. Esta evidente vulgarización filológica describe nítidamente mi problema.

Imaginen cualquier frase y pónganlo todo al revés. Cualquier frase imaginen y revés al pone se todo. El estúpido que escribe estas líneas. Líneas estas escribe que estúpido el.

O el estúpido que las lee (Es decir, cualquier frase).

Y después de ver que Sorkunde hablaba en euskera con todos sus amigos, y cuando comprobé que en cualquier otra lengua yo no tendría nada que hacer con ella, emprendí también su estudio.

La vida es complicada: de la gramática al sexo. A veces, los proyectos que uno debe marcarse son a largo plazo, cuaresmales circunloquios para llegar a un objetivo. Frente a quienes van por la vida a topetazos, con sorpresivos golpes de fortuna o de desdicha, he podido darme cuenta de que yo pertenezco a esa otra clase de seres que labran con trabajo, durante años interminables de esfuerzo, sus diminutas victorias o sus ridículas derrotas. Me acostumbré a esto desde pequeño y por eso no me pareció descorazonador emprenderla con el euskera para llegar a Sorkunde. Como siempre me había ocurrido, no podía sino poner manos a la obra y esperar.

Sorkunde se sintió completamente conmovida cuando yo, con temblor de colegial acorralado en un examen, balbuceé mis primeras frases en tiempo presente, maticé con elementales adjetivos e incluso, en un gesto de audacia, tenté alguno de aquellos tiempos pasados que aún no dominaba. Trastabillé con la sintaxis, pronuncié como me fue posible, pero Sorkunde, inesperadamente, me inmovilizó entre sus brazos y me besó en la mejilla.

- Segi aurrera - exclamó, entusiasmada.

Y a mí me pareció que dijo que me quería.

Aquel bautizo lingüístico me hizo miembro de su iglesia de iniciados. Sorkunde y sus amigos me aceptaron sin las reticencias del principio. Ya podía sin aprensión alguna ir con ellos a comer chorizos en el campo, salir a la carrera ante los improperios de los aldeanos y deambular por el Pirineo, en marchas interminables, hasta conseguir pasar la noche en alguna ladera inhóspita del País Vascofrancés.

Versión para imprimir

Otras Literaturas
autoretrato Carles Verdú
• Conversaciones
  por Ferran Jordà
  y Arturo Montfort
• Retratos
• Ilustraciones de   Cortázar
Libro de artista

Juegos y acertijos
Ambigrama
 Anagramas
 Sam Loyd
 Enigmas, acertijos y rompecabezas clásicos
 Ambigrama: De joc a joc
• Ambigramas
• Enlaces


Novedades
 Novedades editoriales
 Anhelo de vivir
 Textículos bestiales
• Materiales para una expedición
 Lo que queda del día
 El corazón de las tinieblas



Autores
George Steiner
Julio Cortazar
John Le Carré
Vladimir Nabokov
Umberto Eco
Lewis Carroll
Raymond Carver







Cronopios | Informes | Relatos | Poemas | Juegos | Otras Literaturas

diseño de páginas web
 diseño web | retiros yoga | promoción web
 Patrocinio: ferran jorda
© Literatuya