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EL SILENCIO AL OTRO LADO  2
de Toni Martínez

El despacho del notario Costacorta se hallaba en la antigua zona industrial de la ciudad, distante del centro, un lugar improbable para levantar un negocio de notaría, un despacho apartado entre la selva de antiguos almacenes de mercancías reconvertidos en aposentos de heroinómanos. Las calles eran anchas y sus márgenes estaban asaltados por grandes camiones inertes pintarrajeados con obscenos grafittis. El sol del mediodía hacía daño a los ojos. Flavio ocultó los suyos tras unas gafas ahumadas y comprobó una vez más que la dirección del notario Costacorta coincidía con el portal que había frente a él.

Hacía tres o cuatro días que Costacorta no se afeitaba, quizá también habría aflojado el nudo de su corbata el día que extravió la maquinilla de afeitar, quién sabe, y tal vez el lamparón sobre el bolsillo de su camisa no fuese reciente. Abrió la puerta hasta el tope que la cadenilla de seguridad permitía y curioseó al visitante.

- ¿Flavio Colmeiro?

El recién llegado asintió y Costacorta liberó la puerta de la ridícula cadenilla y ofreció a Colmeiro tomar asiento frente a su mesa. Rebuscó en los cajones mientras trataba de reproducir una canción de hacía dos décadas con un silbido discontinuo en tanto que los papeles que sacaba de los cajones se mezclaban y hacinaban junto a los que ya había sobre la mesa.

- Disculpe, el trabajo se amontona. Sí, aquí está.

De un sobre mugriento de color sepia sacó una cinta de video. Colmeiro no acababa de comprender por qué había sido llamado a ese despacho y qué tenía que ver con aquella cinta de video.

- Un momento - dijo Costacorta mientras introducía la cassette en el reproductor - , a partir de ahora todo tendrá su explicación; todo se puede explicar ¿sabe usted?.

Tras unos segundos se deshizo el color negro de la pantalla del televisor y apareció la imagen del rostro de Helena. Colmeiro se sobresaltó. Allí estaba ella, tras siglos de desmemoria; una cara no desconocida, un cuerpo menos negado aún. Colmeiro acercó su cara a la pantalla y apreció cómo un moretón emergía del pómulo de Helena, no tenía muy buen aspecto, quizá ese hueso estuviese roto. Costacorta se arrellanó en su silla y encendió un purito cuyo humo olía a vainilla, la bocanada de humo que exhaló envolvió el primer plano de Helena. Miraba atenta a la cámara, como esperando una señal invisible para hablar. Ella también encendió un cigarrillo. Ella fumaba rubio.

- Hola Flavio. Espero que al notario no le haya llevado mucho trabajo dar contigo. Casi puedo ver tu cara de sorpresa. Puedo verla como si ayer hubiese acontecido nuestro último encuentro y sin embargo, ¿cuánto hace de ello? Ya ni te acuerdas, no serías capaz de responder sin pensar, sin dudar. Antes no dudabas, ¿recuerdas?

- ¿Qué es esto? - preguntó Colmeiro al notario tratando de controlar su perturbación. Costacorta no respondió y apuntó con el mentón al televisor.

- Esto, Flavio, es mi testamento, las últimas palabras que mías que recibes. Ya no existo, pero quiero demostrarte que el tiempo no te expulsó de mi memoria. Evidentemente, para ti no hay reservado nada material; no era eso lo que esperabas de mí, nunca codiciaste mi dinero, y quiero que sepas que eso lo aprecio. En cambio, te daré lo que siempre quisiste: una explicación.

"Dentro de poco dejaré de existir -dijo inexpresiva mostrando una pistola automática-, claro, ahora mismo estoy hablando en presente. Mi presente. Tú, en cambio, considéralo como pasado; cuando veas esto hará mucho tiempo que desaparecí; seguro que te preguntarás por qué. Yo tengo otra pregunta: ¿Por qué respondiste al anuncio? Ya conocías esta pregunta, te la hice en más de una ocasión. "El morbo de ser observado", contestabas una y otra vez. A mí también me gustaba que mi marido me observara cuando hacía el amor con otro; aunque he de confesarte que me gustaba más cuando él no podía vernos o, mejor dicho, cuando tú imaginabas que él no podía vernos.

Pero de eso hace mucho tiempo. Insistías, volvías una y otra vez y yo no podía escapar a tu demanda; aquello que bien pudo ser una colección de encuentros esporádicos se transformó en una red que nos estranguló"

"Mis preguntas. ¿Recuerdas aquella noche en que te pregunté si alguna vez habías matado a alguien? Dudaste. Tardaste en responder. No dijiste nada pero negaste con la cabeza. Una negativa tranquila y a la vez sincera, pero al mismo tiempo turbadora. Te creí, no habías matado nunca a nadie pero también entendí que un gesto mío bastaría; quizá interpretaste que aquello se trataba de una orden. Toda una demostración de tu necedad. ¿Cómo iba a saber yo que, tres semanas después, te temblaría la mano?"

Colmeiro se revolvió en su silla. No era posible que ella supiese que fue él quien apretó el gatillo. Nunca comentó nada con ella mientras tramaba su plan, ni siquiera una alusión, una palabra extraviada o una frase huida de un sueño. Pensó que quizá la intuición acaba materializando aquello que abraza. Años atrás dejó un cuerpo convulso y ensangrentado a sus espaldas en la puerta de una sauna con la noche como único testigo. Todavía le parecía oler esa sangre, escuchar el eco del disparo romper el silencio de la oscuridad. Y a pesar de lo escandaloso de aquel cuerpo desplomado y espasmódico sobre la acera ni siquiera fue relacionado con el asunto. En ocasiones, Colmeiro, pensaba que aquello había ocurrido tan sólo en su imaginación. La expresión de Helena se serenó en la pantalla.

-Él no se equivocó; siempre supo que debió de tratarse de uno de mis amantes. Aquello no era una cuestión de negocios, no, las financias se resuelven por medio de accidentes. Y aún así, desde su silla de ruedas, decidió que la justicia la impartiría en mí. Te tembló el pulso, Flavio. Y gracias a tu maldito pulso, a tu puta bala perdida entre dos vértebras en lugar de la nuca, gracias a todo eso, un día desperté y comprobé estupefacta que mi muñeca estaba esposada al cabezal de la cama. Desde ese momento él comenzó a descargar toda su venganza sobre mí, alimentada como un perro y violada por embajadores de la escoria mientras él miraba sin parpadear desde su silla de ruedas. Perdí la noción del tiempo que pasé esposada a la cama. A oscuras. Todavía me parece oír las ruedas de la silla rechinar en dirección al cuarto, en dirección a mi miedo. Su voz cavernosa y malhumorada y resentida: "¿No tenías suficiente?" Acabé desmoronándome bajo ese eco ¿Creías que dejé de responder a tus llamadas por gusto? ¿Pensabas que el silencio al otro lado de la línea me pertenecía? ¿Tal vez enojada porque lo intentaste matar? Si acaso, porque ni de eso fuiste capaz.

"Ahora ya sabes de mi silencio, ya conoces el trozo de historia que te falta y ya puedes deshacer todas tus elucubraciones. No creo que pueda seguir ocultando el cadáver durante mucho más tiempo. A veces se desprende algún muelle de la cama ¿sabes? Un muelle que se clava en el corazón, hay tantas cosas que se clavan en el corazón... Costacorta te mostrará la salida"

La pantalla se fundió en negro y a Flavio Colmeiro le pareció que el rostro de Helena sobrevivía al fundido de la pantalla. Cuando dirigió su mirada al notario, éste le estaba apuntando con una pistola.

-No lo tome como algo personal, señor Colmeiro.

       ©Toni Martínez


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