![]()
HISTORIAS DE LA CONTRACULTURA II
|
“el trapecista s’engronxa ultratja tots el ocellls que volen posar niu al seu barret sodomitza tots els dracs que s’enrosquen a les botes s’en fot de les deformitats que esperen i somriuen tira de la cadena i riu fins a fer-li mal les barres de tant de riure” |
El trapecista se columpia ultraja todos los pájaros que quieren poner nido en su sombrero sodomiza todos los dragones que se enroscan en las botas se burla de las deformidades que esperan y sonríen tira de la cadena y ríe hasta que le duelen las mandíbulas de tanto reírse " |
[Genís Cano i Soler: Els sots psicodèlics, s.ediciones, barcelona 1991, Pag. 28]
Genís sobrepasaba con creces la estatura media nacional y poseía un aire dulzón y encantador, tirando a místico. Gustaba de presentarse con una zanahoria de las de verdad colgada del cuello y parecía complacerle nuestra fácil verborrea. Para demostrarlo, pronunciaba invariablemente la misma sonora palabra, acuuuullunant, vocablo éste intraducible, al menos al castellano, ya que su homónimo, cojonudo, no posee la suavidad ni el esplendor de su versión catalana.
Jordi Mustioles comparecía en la última página de uno de los números de la revista con esta bella y paradigmática sentencia: Escúcheme, caballero, por favor. No tengo nada que decirle. Jordi era, sin duda, el más adelantado para la época. Ya entonces se reía sarcásticamente de los humanistas y los políticos.
Pere Marcilla desplazaba su cuerpo inalámbrico por las brumas del Bar London y del Café de la Opera. Escuálido, dedálico y, todo sea dicho, dotado de un gran magnetismo personal, afirmaba que todo era Dadá. Cuando follo, soy dadá, apuntaba; cuando grito, cuando duermo, cuando nopienso, todo es dadá y nada es dadá. Suya fue la versión catalana del mayo del 68; aquella que decía, en las paredes de la Universidad, del metro, de los lavabos, de los ascensores: follem, folleu, que el món s'acava. (“follemos, follad, que el mundo se acaba”).
Xavier Sabater aparecía en nuestras reuniones (que nunca nos atrevimos a llamar de comité de redacción) con su larga y sedosa melena, su inigualable y pícara sonrisa y unos ojos saltones y vivarachos. Sus consignas underground y sus poemas infernales, como les ocurría a los Rolling Stones, y como no podía ser de otra forma, siempre simpatizaban con el diablo. Pasados los años, Sabater pasaría de ser un agitador del undeground a convertirse en el factotum de la Polipoesía, una forma de poesía fonética, recitada con la ayuda perversa de sintetizadores, distorsionadores, flangers y demás. Durante varios años recaló en el famoso local La Papa, de Gracia, y en las fiestas de este barrio barcelonés organizó varios festivales internacionales de Poesía. Tuve el privilegio de ver a Enric Casassas y a Xavier Sabater, mano a mano, en La Papa, soliviantando a un escogido y selecto público, síntesis del underground, la contracultura y la madre que los parió.
Julià Guillamont, en el tramo final de su prólogo La catedral del temps (“La catedral del tiempo”) al libro del inefable Pau Riba: Lletrarada, (Ediciones Proa, Barcelona, 1997) dice así:
“Me gustaría incluir también una referencia al grupo de poetas que surgieron en torno a la revista Muerte de Narciso a mitad de los setenta, (entre los cuales estaban, además de Enric Casassas, Pere Marcilla, Genís Cano, Artur Montfort, Xavier Sabater y Francesc Fanés), todos ellos más jóvenes que Pau Riba, y que compartían algunos de sus intereses y puntos de vista, y hacer a través suyo una reivindicación del lugar que corresponde a la psicodelia y a la cultura catalana de aquellos años.” (Pág. XXXII)
Como Narciso había muerto, o eso al menos pretendíamos, parafraseando el poema de Lezama Lima:
”Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.”
Enric Casassas firmaba “Enric”, i Pere Marcilla “Pere”
Pere decía:
“Fret de gel calent quan els teus llavis van ser enllaunats i exportats al Sudán. a cambi de 15 pots de Cola-cao. Les paraules d’amor-dentífricdementa son ejecutades pel botxí maduixa clara espiral de matinada. a la plaça del Rei. i les granotes alades de Avecrem-Estarlux son parides per les verges 9 mesos després de Nadal” |
“Frío de hielo caliente |
Y como no teníamos nada mejor que hacer y como, ya lo dije antes, no nos dignábamos a mirar hacia el lado del tiempo, que pasaba por nuestro lado, repleto de meritorios oficinistas y guapas secretarias, de excursionistas y boy scouths estrenando mochila, de agonías franquistas y sesudos militantes del PSUC disfrazados de futuro, le propuse a Pere Marcilla encuestar a los paseantes de las ramblas. La última pregunta del exhaustivo cuestionario decía así: ¿tiene algo que ver su frustración personal con el hecho de venir a pasear a las Ramblas? De esta forma tan directa, recibimos algunos exabruptos que digeríamos con total deportividad y diversión, pero también trabamos conocimiento con pintores disfrazados de Van Gogh, con noctámbulos enmascarados de periodistas a sueldo y, por último, con sesudos oficinistas que llegaban tarde a todas partes pero, sobre todo, a la cita con la novia. Nos lo pasábamos bomba, nadie nos esperaba todavía, ni siquiera el futuro.
Claro, otra cosa no sacamos en limpio, aunque tampoco esperábamos más, conscientes como ya éramos de que hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle, como dijera Pessoa, el poeta.
¡Ah, sí! Hablábamos de la revista. Yo, que era el voluntarioso del grupo, propuse el título de Atrio abierto. Afortunadamente, no prosperó. Ni que fuera el Boletín Oficial del Estado, debió pensar Emilio, aunque tuviera la delicadeza de no decirlo. Genís propuso, y eso ya estaba mejor, el de Pastenaga verda, pero fue Paco el que nos convenció con su definitiva oferta: la revista se denominaría Muerte de Narciso. Ya que no queríamos sacar nota en el examen de la vida, y ya veríamos si nos presentábamos; ni colocarnos en la Nissan o en la IBM; ya que presumíamos del zéro de conduite; ya que nos marcábamos felonías tales como firmar únicamente con nuestros nombres de pila o con pseudónimos, y todo porque despreciábamos el significado de la posteridad, ya que todo eso, nada mejor que nuestra revista pasara a llamarse Muerte de Narciso.
Paco Gallardo justificó su propuesta asegurándonos que había que lezamamanejar. Y lo dijo, claro, en honor a Lezama Lima, el escritor cubano antes citado, nuestro Góngora de turno. Fue él, Lezama, quien nos regaló el título de la revista a través de Paco. Su poema, Muerte de Narciso, ya saben, empezaba así: labios sus rutas. llamas tristes las olas mordiendo sus caderas. Ninguno de nosotros supo resistirse al surrealismo caribeño e ininteligible de Lezama Lima. Ni Paco, ni yo, ni nadie, por supuesto.
Se suponía que nuestra misión era deshojar a Narciso, dejarlo desnudo y desamparado frente al estanque. Nuevamente pecamos de insumisos y utópicos, pero tampoco podíamos hacer mucho más. La utopía, dicen, es lo que no existe todavía y de eso se trataba porque lo existente era, para decirlo claramente, un rollo. Como quiera que fuese, nadie pudo impedirnos que paseáramos nuestra revista por los lugares de siempre: el patio de letras, las Ramblas (todas ellas, desde Canaletas a Santa Mónica), y la penumbra azulrosa del antiguo Zeleste. Claro que el señor redactor de La Vanguardia (yo juraría que era nuestro mismísimo profesor de Literatura, escritor y poeta Joaquín Marco) no estaba para historias, por eso nos martirizó definiéndonos como un grupo de jóvenes de nuestra Facultad de Letras, al tiempo que se le escapaba, por lo bajini, la risita ante nuestra pretensión de destruir el lenguaje para volver a crearlo de nuevo. Todo sea dicho, y a pesar de la riña del paciente redactor, Pere Marcilla seguía garabateando las paredes de los ascensores con una A encerrada en un círculo frenético.
El perfume de la época desbordaba, sin embargo, el ámbito del folio y la mimeografía. Por las mañanas llegaba sonámbulo a la oficina. Por las tardes Marx y Engels empujaban al equipo hacia arriba para que Lenin cabeceara y ¡Goooool! Y en la madrugada, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas, las de la noche, claro, Lezama Lima pero también Breton y Eisenin, es decir, sólo los más valientes. Eisenin, después de su aventura americana con la Duncan, se suicidó en la bañera de su hotel. Se cortó las venas y escribió con su propia sangre su último poema. Mientras que Breton, para acabar de arreglarlo todo, sentenciaba que la belleza o era convulsiva o, sencillamente, no era. Y punto. Y es que no había color, los románticos ganábamos de calle.
Por otra parte, teníamos tantas cosas en qué pensar... Bastaba con sentarnos en las escalinatas del puerto de Barcelona, frente a la falsa e impasible carabela de Colón, para que se nos fueran las ideas de golpe, una tras otra, brrruuuum, como un avión a chorro. Y eso cuando no acabábamos, después de repostar en cada uno de los quioscos de las ramblas, mirones impenitentes; cuando no acabábamos, repito, apostados en Canaletas espiando a los transeúntes, adivinando en su aspecto ocultas tragedias, hilarantes profesiones y, sobre todo, deseos inconfesables. Escrutando sus rostros, digo, o haciéndonos los encontradizos con nosotros mismos.
Paco se enfadó muchísimo cuando me reí de él. La verdad es que cuando me anunció su posible hipótesis de suicidio, como Eisenin, a mí no se me ocurrió otra cosa que reírme en sus narices. Suicidarse cuando teníamos tantas cosas por hacer me parecía una frivolidad. ¡Que se suicide Byron! Fue, eso sí, un enfado de juventud, es decir, de los que duran pocos meses pero se viven intensamente. En ese ínterin, claro está, cambió medio mundo. Paco apareció una noche en el London, en la antigua calle del Conde del Asalto, se paró frente a mi mesa y me soltó: la vida copia de la literatura. Y se quedó tan fresco.
Ahí fuera, el tiempo pasaba por nuestro lado como deteniéndose, esperándonos sin duda, aunque nunca nos dignamos ni a mirarlo. Y eso fue magnífico.
Versión para imprimir |
NOTA. Todas las “traducciones” del catalán al castellano no deben ser tomadas como tales en su sentido estricto. Son meras “transcripciones”, sin mayores pretensiones que hacer comprensibles los textos a los lectores no conocedores de este idioma.
![]() | |||
![]() |
|