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El Gran Juego
¿Dónde estábais el 11 de septiembre?
de José Luis Caballero

De un debate público de esos borrascosos sobre el problema palestino, salí una vez con la curiosa amistad con un joven barcelonés de origen judío con el que tuve una discusión yo diría que civilizada, pero dura. El chico no era nada religioso por lo que se podía hablar con él de un modo racional y disentir sin llegar a las manos. La discusión que habíamos tenido en público la continuamos después en una mesa de bar, en privado, con un nivel de discrepancia notable pero que enriquecía mucho mi conocimiento sobre la psicología de los defensores del estado de Israel. Resultó que el joven era un abogado recién salido de la Facultad, pero bien situado, así que le llamaré Jordi pues su nombre auténtico podría crear suspicacias y causarle, quizá, algún perjuicio. Jordi no era sionista, ni integrista ni nada parecido, simplemente decía que el pueblo hebreo tenía derecho a un estado propio porque su caso había sido especial desde la época del emperador Vespasiano. Naturalmente yo no estaba de acuerdo, pero en lo que sí coincidíamos era en que Netanyahu -que gobernaba entonces en Israel- era un fascista y que los acuerdos de Oslo podrían servir para algo. Pero aún desconfiaba él más de Ariel Sharon, a la sazón ministro en el gabinete de Netanyahu y del que yo sólo sabía que era un militar, despiadado, culpable de las matanzas de Chabra y Chatila. Jordi y yo perdimos el contacto hasta que, un par de años más tarde, cuando Sharon organizó en la explanada de las mezquitas el revuelo que provocó la segunda intifada, recibí una llamada de Jordi donde me dijo: "¿lo ves? A eso me refería. Los tipos como él sólo buscan la provocación. Nada de paz, sacrificarán lo que sea y matarán a quien sea".

Acababa yo de leer un par de obras sobre espionaje israelí: "Moosad. La historia secreta" de Gordon Thomas y "Por el camino de la decepción" de Ostrovsky y se me había quedado una cosa; que el Mossad, el servicio secreto de Israel, es en realidad un organismo muy pequeño, con apenas dos centenares de katsas (agentes) en todo el mundo, pero que cuentan con una colaboración casi sin límites entre los judíos, religiosos o no, de todo el mundo. Me dije ¿Jordi también?, estaré tratando con un ayudante del Mossad?

A mediados del 2001, Jordi volvió a llamarme y me pidió que nos viéramos, así que quedamos una noche, nos tomamos unas cervezas en el Michael Collins y acabamos con una caipirinha en el Borne, pero Jordi no tenía ni la más leve intención de preguntarme nada ni de usarme para nada. Se limitó, cuando estuvo lo bastante borracho, a lamentarse del impresentable gobierno de Israel, de su doble juego total y ruín y de su nula intención de reconocer ningún derecho a los palestinos. Me dio la impresión de que Jordi no especulaba, afirmaba, aunque no puedo recordar muy bien si me dio alguna prueba concreta. De lo que sí me acuerdo es fue en el bar Berimbau, con una luz muy mala, donde me enseñó una libreta con dibujos de la Sagrada Familia con anotaciones de medidas y varias fotos de tamaño normal. Eran fotos del templo de Gaudí desde todos los ángulos, no exactamente turísticas, sino con la aparente intención de tener una visión clara de cómo era el templo expiatorio. Había fotos tomadas en contrapicado, otras de frente a las cuatro torres, de las entradas, del crucero central, pero no las había de los detalles escultóricos que suelen tomar los turistas. No entendí gran cosa, sólo algo así como que alguien se las había encargado, las había escaneado y enviado por correo electrónico, al igual que los dibujos y las medidas. ¿A dónde?, no sé a una dirección de hotmail, dijo. Me contó que había entrado en el recinto y había seguido las explicaciones de un guía tomando nota de la altura de las torres, de los materiales de construcción y de otros detalles que ahora no recuerdo. Le pregunté, ¿para qué? Y no me lo supo explicar. Supongo que, realmente, no lo sabía. Estuvimos un rato en el muelle, al aire fresco, charlando y cuando Jordi empezó a aclararse un poco las ideas me di cuenta que tenía miedo. Tampoco supo explicarme quién le había pedido aquellas fotos y aquellos dibujos, pero me aseguró que era alguien "de confianza", ¿qué quieres decir de confianza? Lo que quería decir, sin llegar a confesarlo, era que se trataba de alguien sobre el que no existía la más ligera duda. ¿Israelí?, le pregunté. No me contestó. Recuerdo que sacó una de las fotos, una de frente, con las torres de la fachada norte bien visibles y me dijo: es todo un símbolo, ¿no? Lo es, le contesté, y sentí que me estremecía, tal vez el frío del muelle barcelonés o que me había contagiado su miedo. Son capaces de todo, dijo, conseguir que todo el mundo se ponga en contra de los palestinos… son capaces de todo.

No le volví a ver después de aquella noche, y el 11 de septiembre del 2001, que me pilló en Praga, asistí estupefacto a la barbarie perpetrada contra las torres gemelas. Luego vino la feroz represión de Sharon contra los palestinos, el bombardeo de Afganistán y la invasión de Irak. He llamado un par de veces a Jordi, pero una vez me salió el contestador y otro me colgaron después de oír mi voz.

de José Luis Caballero
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